“La gente a veces piensa que uno afuera llega, firma y vive bien. Y que si no jugás, es por vago”, escrito por Dylan Flores, volante de la Sele

El mediocampista costarricense Dylan Flores relató en el blog Desde la grada cómo sus sueños futbolísticos de niño chocaron con la realidad y qué hizo para tratar de siempre salir adelante.

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Historias de legionarios se escuchan siempre. Todas tienen buenos y malos momentos, aunque lo ideal es que sean más de los primeros.

Sin embargo, todo es muy diferente de como lo imaginamos cuando empezamos a patear una bola. Al menos para el 99.9%. de nosotros.

Y es que quizás esa sea la principal virtud de ser niño: soñar sin límites. Desde que recuerdo, deseé jugar en los mejores equipos de Europa, brillar en la Selección… Anotar los goles determinantes, en los estadios más famosos, con las camisetas de los más importantes.

Pero hoy, a mis 26 años, sé que la realidad es otra. Unas cuantas metas se cumplieron y otras quizás nunca lo harán. Algunos objetivos los alcancé sin saber bien cómo y otras altas expectativas se vinieron abajo de golpe.

Aun así, puedo decir que cada paso que he dado, me ha hecho un mejor futbolista y una mejor persona. Suena muy trillado, lo sé. Posiblemente es lo que diría si estuviera en una entrevista tú a tú. Pero no por eso deja de ser real. Y en este espacio quisiera contarles por qué.

Ser futbolista profesional es un sueño hecho realidad que vivo a diario. Ni qué decir de jugar en el extranjero. Y lucho con todo lo que soy por mantenerlo respirando, sin importar lo que tenga que hacer, porque a punta de obstáculos me di cuenta que en esta profesión nada es fácil. Nada.

Inicio soñado.

Es que en los primeros pasos de mi carrera todo pintaba increíble. En las inferiores de Saprissa destacaba, lo que me permitió ser parte de selecciones menores e ir al Mundial Sub-17 del 2009, en Nigeria.

Por mis actuaciones, el agente Joaquim Batica, ya conocido en el país por varias ventas millonarias de jóvenes ticos, me buscó y pude hacer una pasantía en Le Havre, en Francia. A mis 16-17 años juraba que iba a lograr cosas increíbles. Los sueños tenían pinta de realidad.

No obstante, supongo que la vida empezó a tratar de emparejar las cartas.

Primero, quedé fuera de la lista para el Mundial Sub-20 del 2011. Todavía recuerdo esa desconsoladora sensación. Y dos años más tarde, con mi verdadera generación, no logramos ni siquiera clasificar.

Si más o menos están enterados de la importancia de estos torneos menores, sabrán que son vitrinas invaluables. Tener que verlos por televisión, sin duda, puso cuesta arriba algún otro chance para ir afuera y hasta el de ganarme un puesto en el primer equipo de Saprissa, que en ese momento tenía mucha presión. La 30 no llegaba y, con ello, tampoco la oportunidad de arriesgar con jóvenes.

Fue tanta la frustración que en mi mente ya ni siquiera estaba Europa. Solo quería jugar. Ganarme un campo en los 18 que iban a los partidos. Esperé, trabajé y esperé. Hasta que al fin la oportunidad llegó, un 12 enero del 2014.

“Dylan, esté listo, no tengo gente para jugar contra Pérez Zeledón. Podría debutar”, me dijo Ronald González, luego de un entrenamiento. Se me puso el cuerpo frío y el corazón acelerado.

Después de ese domingo en el Ricardo Saprissa, jugué cuatro partidos más y al final del semestre pude celebrar la 30.

No obstante, la temporada siguiente pedí salir a préstamo. Presentí que las opciones tampoco serían demasiadas, por lo que fui a Uruguay de Coronado. Aunque tuve algunas lesiones, tomé ritmo, volví a Saprissa y jugué un poco más. Inclusive, quedé otra vez campeón en diciembre del 2015. El título de los famosos “princesos”.

Ahí creí que había llegado el momento para consolidarme. Pero me llevé la sorpresa de que aunque me querían renovar, me iban a prestar de nuevo. Y eso no estaba en mis planes. Yo ya me sentía listo para pelear un puesto.

Quedé como agente libre e, increíblemente, mi nuevo agente me encontró un nuevo club. En solo dos semanas pasé de no ser tomado en cuenta a estar en un partido contra el Benfica, en la Primera División de Portugal. ¡En Europa! Definitivamente la vida puede cambiar en segundos.

Sin embargo, esta todavía no es una historia feliz. La gente a veces piensa que uno afuera llega, firma y vive bien. Y que si no jugás, es por vago. Pero afuera son otros cien pesos.

Apenas en el primer día en el Tondela, un pequeño equipo recién ascendido, el entrenador me dijo que no necesitaban un volante ofensivo, sino alguien con más marca y que iba a ser difícil tener minutos. ¡El primer día!

Así que me tocó cambiar y enfocarme en convertirme en volante mixto. Empecé a trabajar extra. Ejercicios específicos de un contención que me dieron una disciplina que en el deporte de alto rendimiento se necesita.

En la vida cotidiana fue una experiencia que atesoro, porque Portugal es un país cómodo, en el que podía ahorrar bien. Además, nació mi hijo Liam, que es mi vida completa. Pero no jugar fue difícil. Nunca salimos de la zona roja y en la última fecha nos salvamos del descenso. Y para el siguiente torneo, aunque me maté en la pretemporada, la situación se veía igual.

Como no había opciones de préstamo, negocié un finiquito, el cual quedó vigente hasta el último día de inscripciones, limitando las opciones. Solo me quedaba volver a Costa Rica. En ese momento solo pensé que estaba yendo marcha atrás.

No obstante, me apegué al dicho “un paso atrás, para dar dos hacia al frente”.

Cartaginés me aceptó en sus filas y desde el primer día me brindaron confianza. En otras palabras me dieron lo que necesitaba. Después de unos muy buenos seis meses, la Liga me llamó. Y a los días de eso, sin debutar con esos colores, la llamada vino de Rumania, del Politehnica Iasi.

Segundo intento.

Mi inicio acá en Rumania, país desde donde hoy estoy escribiendo estas líneas, también fue complicado, pero por razones totalmente distintas a Portugal. Esta vez sí fue la cultura, el idioma, la comida, el clima… Además, los jugadores eran de características físicas muy diferentes a las mías. No obstante, lo asumí como pruebas de fuego. Supongo que llegué más maduro y con más confianza para pensar así.

Además, a los pocos meses tuve mi primer partido con la Selección Mayor, en aquel partidazo que ganamos en Chile. Esa motivación me mantuvo con los pies sobre la tierra y, al parecer, con la bola en la red, porque tuve una racha de cinco jornadas anotando.

Tras solo un semestre, tuve la oportunidad de irme al Estrella Roja de Serbia, un club con más trayectoria en Europa, pero las negociaciones no se dieron. A veces las cosas en el fútbol se caen por razones que uno no entiende. Entonces decidí dar un salto a otro de los clubes que me buscaba, el Sepsi OSK, aquí mismo en Rumania, en donde sigo luchando por mejorar.

Hoy, mi futuro solo Dios lo sabe. Trabajo día a día por mi familia. Por Liam y mi esposa Andrea. Por supuesto que espero saltar a una mejor liga y seguir en la Selección, pero ahora lo más importante para mí es que cada día vivo un sueño y disfruto lo que hago con ilusión. No dejo que los obstáculos me traigan abajo, pues soy de los que cree que cada resbalón deja alguna lección.

Nota del editor: En Desde la grada buscamos historias escritas por los propios protagonistas del deporte de alto rendimiento. Contácteme a david.goldberg@nacion.com, si tiene interés de ser parte de esta iniciativa.