De viaje con Jairo: Así me robaron en Ecuador

Este fue el incidente que vivimos en nuestra visita a ese hermoso país, en diciembre del 2012. Una manía que tengo evitó una congoja mayor

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Nunca habíamos pasado un fin de año fuera de Costa Rica. Siempre optamos por encuentros familiares, disfrutar del refrescante viento de las noches de diciembre y del sabor inconfundible de los tamales.

Pero en diciembre del 2012 decidimos hacer un cambio. Aprovechamos las millas acumuladas para tomar un vuelo a Quito, Ecuador, y luego otro de regreso desde Guayaquil, ciudad portuaria en el Pacífico de ese país.

Por cierto, ¿cómo acumulo millas? No lo hago comprando boletos de avión, sino de otra forma más sencilla. En este enlace se los revelo.

En aquel momento, era el Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre el que operaba en la capital ecuatoriana. Unos dos meses después, fue inaugurada la nueva terminal aérea, llamada igual, fuera de la ciudad.

No puedo olvidar el descenso a la pista de aterrizaje. Quizás, es la parte del vuelo que más me gusta, pues puedo observar la ciudad desde el aire y sé que estoy a pocos minutos de iniciar una nueva aventura, ya sea en un sitio desconocido o en un lugar que me cautivó, al punto de repetir el viaje.

Daba la sensación de que el avión iba esquivando los edificios, hasta aterrizar. El aeropuerto me encantó, el personal de migración fue muy amable. Era alrededor de la 1 p. m. cuando mi esposa, Nancy Díaz, y yo, pusimos un pie en Ecuador.

Nuestro hospedaje estaba en la parte histórica de Quito, cerca del Palacio de Gobierno, en una hermosa zona colonial repleta de hermosas iglesias católicas. Como es nuestra costumbre, evitamos utilizar taxis. Nuestro medio de transporte favorito es el que use la mayoría de personas, pues además de ser económico, nos permite colarnos entre los habitantes de la ciudad.

En el aeropuerto había una pequeña oficina de turismo. Me acerqué y les pregunté cómo llegar al centro histórico en un medio de transporte que no fuera taxi. Me recomendaron el trolebús.

Al salir del aeropuerto, lo que vimos fue una ciudad vibrante. Avanzamos hasta la estación del trolebús y abordamos el que nos llevaría hasta la estación Plaza Grande, según recuerdo. El viaje no era tan rápido, debido a la distancia.

Poco a poco, fue subiendo gente hasta quedar todos apiñados. A partir de ahí sospechamos que algo nos podía ocurrir.

En aquel tiempo solíamos viajar con un poco más de equipaje que ahora; hemos aprendido que entre más carguemos, menos disfrutamos. Como íbamos de pie, opté por “cubrir” a mi esposa y quedar yo vulnerable.

Aún recuerdo su cara. Un hombre delgado, moreno, cabello muy corto y vestido con camisa manga larga y corbata, iba a la par mía. Lo notaba inquieto, se me acercaba y yo intentaba hacer respetar mi espacio, pese a que prácticamente no había hacia donde moverse.

De un pronto a otro sentí algo en mi canguro. Era tal la cantidad de pasajeros que ni siquiera eso podía ver bien; opté por sujetarlo rápidamente y sentí una mano. De inmediato, y sin que pudiera reaccionar, el hombre de corbata se bajó velozmente en una estación.

Al sentir mi canguro abierto supe que me habían robado. Fue inevitable, me invadió la angustia, ni siquiera tenía una hora en Ecuador cuando me ocurrió. ¿Se imaginan cómo pasé el resto del viaje?

Cuando al fin llegamos a nuestra parada, nos bajamos a como pudimos. En serio, era demasiada gente. Una vez afuera, revisamos nuestras mochilas, así como mi canguro.

Tengo una buena manía, lo confieso. Por nada del mundo me gusta portar en un mismo lugar el dinero que llevo a los viajes, que no es mucho, porque somos viajeros a bajo costo; siempre optamos por distribuirlo en diferentes partes. Por eso, en el canguro solo tenía $10 y mi viejo celular Nokia 6120.

No me duele tanto haberme quedado sin teléfono, el problema es que en aquel tiempo aún no había portabilidad. Cuando regresé a Costa Rica tuvo que cambiar de operador y de número.

Anduve con temor. Pese a eso, recorrimos el centro histórico completo, para admirar las bellezas que tiene, como la Alcaldía, la imponente Basílica del Voto Nacional, las iglesias de la Compañía de Jesús y de San Francisco, el Palacio de Carondelet y la Plaza Grande.

También disfrutamos de la gran vista desde la Virgen del Panecillo, subimos al teleférico y fuimos a la Ciudad Mitad del Mundo, así como a la “verdadera” mitad del mundo, que se trata de una propiedad privada adaptada con diferentes dinámicas, como por ejemplo, colocar un huevo sobre un clavo sin que se caiga (yo no lo logré, pero Nancy sí).

Poco a poco fuimos perdiendo el miedo. Usamos autobuses para trasladarnos por toda la ciudad, incluido al moderno distrito Mariscal Sucre.

De Quito, viajamos en autobús a Alausí, para hacer la excursión del Tren de la Nariz del Diablo, que luego les contaré. De ahí a la ciudad colonial de Cuenca, ¡realmente hermosa! y luego a Guayaquil, donde recibimos el Año Nuevo, viendo la tradicional quema de los monigotes.

El paseo no tuvo más sobresaltos; disfrutamos la comida, los sitios turísticos y hasta hicimos amigos ecuatorianos, con quienes aún hablamos. Un gran país, con gente muy amable y servicial. Lo del robo, fue una pequeña mancha que se borra con facilidad.