Con el precio dólar bien aplomado en el umbral de los ¢600, aprovechemos la pausa que hizo esta semana para recapitular lo que está pasando con los créditos privados en este moneda y algunos otros dolores cambiarios que ya se sienten o están por venir.
Tal y como se publicó esta semana en La Nación, el 97% de las 2.576.591 operaciones crediticia privadas en moneda extranjera están en manos de personas y empresas que no ganan en dólares, lo cual quiere decir que los aumentos o reducciones en el precio de esta divisa tendrán un efecto directo en sus cuotas mensuales y en el saldo de su deuda expresada en colones.
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Además, uno puede inferir que dentro de estas operaciones en manos de no generadores de dólares existen cantidad de personas físicas pues la deuda promedio, por línea de crédito, equivale a ¢2,2 millones, a diferencia de quienes sí reciben ingresos en esta divisa, donde la deuda promedio por cuenta es de ¢38 millones. Aunque soy el primero en desconfiar de los promedios, existe evidencia de que este riesgo de tipo de cambio está muy atomizado (muchas operaciones, más pequeñas).
Si los bancos hicieron una adecuada sensibilización de la capacidad de pago de estos deudores en dólares que ganan en moneda local, la morosidad de las operaciones podría aumentar un poco de la mano de una mayor devaluación del colón, pero, en principio, debería mantenerse bajo control.
Dicho esto, existen varias preocupaciones. La primera es que si bien una devaluación del colón del 5% o 10% para el próximo año no tendría por qué convertirse en un problema grave para el sistema financiero (se supone que las pruebas de estrés exigen probar escenarios de devaluación de hasta 30%), hay que revisar el grado de endeudamiento de cada familia o empresa, el tipo de crédito, la garantía y la pérdida de capacidad de pago de estos clientes.
Tal y como nos lo advirtió la Superintendencia General de Entidades Financieras, varias de las 2.576.591 operaciones de financiamiento en dólares en poder de quienes no ganan en esta moneda, pueden corresponder a un mismo deudor. El caso típico es alguien que financió la casa y el carro en moneda extranjera; ahí el impacto de una devaluación se sentirá por partida doble (triple puntaje si también tiene una deuda en dólares con la tarjeta de crédito).
Vemos, entonces, cómo el endeudamiento estruja distinto a cada cliente. Para algunos, un aumento de 5% en su cuota vía devaluación será insignificante, para otros con el presupuesto más comprometido podría tener efectos serios. También el tipo de crédito acarrea riesgos morales distintos: un deudor atribulado es capaz de dejar de pagar una tarjeta de crédito, y quizás mantenerse al día en la cuota de su hipoteca para evitar perder su casa.
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Otra cara del problema cambiario es la sicología del deudor y la pérdida de capacidad de compra. Si bien los ajustes al alza en el precio del dólar podrían golpear más a unos deudores no generadores que a otros, es casi un hecho que tocará a todos ellos, y más allá del peso financiero que esto significa, está el peso de las expectativas que cargarán, pues todos estarán a merced de una pregunta: ¿hasta dónde podría llegar el dólar?
También están lo que llamaré "deudas ocultas” y otros compromisos en dólares. La mensualidad del colegio de un hijo (casi irrenunciable), la cuota de Internet, el servicio de música y películas en streaming o la cuota del gimnasio; algunas más prescindibles que otras dependiendo de cada quien, pero todas ellas, en su gran mayoría, expresadas en dólares y, por ende, a merced de los avatares cambiarios. Todas, conectan la devaluación directo al bolsillo.
Los aumentos en el precio en el dólar presionan, comprimen y comienzan a causar dolores en algunas empresas, las personas y el sector financiero, una factor que puede complicar la nueva visión de “flotación administrada” que anunció el Banco Central.