Crónica de los mercados: Debajo de la espada cambiaria

El Banco Central espera para los siguientes meses un mayor ingreso de divisas al país, lo cual preocupa a sectores productivos por la apreciación del colón, la pérdida de competitividad y el proceso de reactivación

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Con las necesidades de Hacienda en materia de financiamiento prácticamente cubiertas hasta inicios del 2020, y confirmadas las sospechas de que este año el crecimiento de la economía será menor a los previsto, el tablero queda un poco más despejado para prestar atención al mercado cambiario. En concreto, cómo el precio del dólar influirá en el proceso de reactivación económica del país.

En este debate se cruzan muchos argumentos, algunos muy ceñidos al libro de texto y otros más conectados con la realidad costarricense, dolarizada por donde se mire.

Rodrigo Cubero, presidente del Banco Central, reconoció esta semana que esperan el ingreso de una buena cantidad de dólares al país, en los próximos meses; en primer lugar por la vía del financiamiento externo del Gobierno, donde están los créditos de apoyo presupuestario con socios multilaterales y los $1.500 millones de los eurobonos que se colocarán antes de finalizar el 2019.

Por si no bastara, el Banco identifica la presencia de algunos flujos financieros del exterior, que abonan a la disponibilidad de dólares. Sumemos aquí la menor demanda interna de divisas por la desaceleración de las importaciones y obtendremos un mercado que promete alta disponibilidad de moneda extranjera en el mediano plazo.

Sea en conversaciones privadas, o en público, la preocupación de varios economistas y cámaras empresariales apunta a los efectos que este flujo de dólares está teniendo en la competitividad del país. A los exportadores, especialmente, les alarma esto último pues sus productos y servicios se vuelven más caros respecto a los de otros países. Pero no están solos: los empresarios turísticos saben que un dólar débil encarece la experiencia de visitar Costa Rica.

La solución sin despegar el dedo del libro de texto sería admitir una mayor devaluación del colón. Si en su momento –leí por ahí – el Banco Central hubiera renunciado a fortalecer su posición de reservas con el crédito de $1.000 millones del Fondo Latinoamericano de Reservas, se habría tenido que incorporar la posibilidad de un aumento mayor en el precio del dólar; o si el Gobierno pidiera prestado en otra moneda que no fueran dólares pedidos en el exterior, habría espacio para ese ajuste. Nada de lo anterior ocurrió.

Ahora, tampoco se puede quitar el dedo del otro renglón, el del endeudamiento de los hogares y empresas. Hace unos días la Superintendencia General de Entidades Financieras (Sugef), compartió unos datos reveladores. Mostró cómo casi 90% de la deuda en dólares de personas físicas estaba en manos de no generadores de divisas. No hace falta ser adivino para predecir el efecto que podría tener una devaluación acelerada en la capacidad de pago de estos deudores y la confianza de los consumidores, ya de por sí muy debilitada.

La variable cambiaria como espada de Damocles amenaza con caer, o sobre el empleo y la competitividad del país, si el dólar se mantiene a la baja; o sobre los hogares y las empresas endeudadas en este moneda (sistema financiero incluido), en caso de una devaluación. Como decimos popularmente, ¿tenemos que escoger?