Crónica de los mercados: Alegoría al café y al turismo

Los nacimientos del Teatro Nacional y el Centro Nacional de Congresos y Convenciones, aunque están distanciados por 121 años de historia, se entrelazan en varios puntos

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Esta semana coincidieron dos noticias relacionadas con infraestructura y acervo arquitectónico. El Teatro Nacional, inaugurado en 1897, fue declarado símbolo nacional, el pasado miércoles 4 de abril. Un día más tarde, se estrenó el Centro Nacional de Congresos y Convenciones (CNCC), un edificio amplio y bien iluminado, que promete convertirse en epicentro del turismo de reuniones.

Jamás pretendería equiparar el valor de uno y otro. El Centro Nacional de Congresos y Convenciones es imponente en su estilo, aunque apenas da sus primeros pasos, y deberá forjarse un nombre. El Teatro Nacional, por su parte, se ganó hace tiempo un lugar en el corazón del pueblo, de los miles de artistas locales y extranjeros que han pasado por sus tablas y de los innumerables turistas que diariamente lo visitan.

Sin embargo, los nacimientos de ambos recintos, aunque están distanciados por 121 años, se entrelazan en varios puntos.

Hacia el ocaso del siglo XIX, el Teatro surgió con el aporte de la boyante economía cafetalera, por medio de un tributo a las exportaciones del grano, que al final resultó insuficiente para financiar los 1,2 millones de pesos que costó la construcción. Dice el artículo 120 años del Teatro Nacional: Romper mitos alrededor de un ícono (La Nación, 14 de octubre del 2017), que el principal ingreso para sufragar la obra provino de un arancel a las importaciones generales.

Por su parte, el CNCC costó unos $35 millones, pagados con fondos públicos, no del presupuesto nacional, sino del superávit del Instituto Costarricense de Turismo, que se acumula por medio impuestos directos que se obtienen de la misma actividad turística, la cual hoy, como entonces el café, está al alza y con buenos precios.

El Teatro fue una respuesta a la necesidad de desarrollar una agenda cultural que permitiera afirmar la identidad de la joven nación. El CNCC también es un fiel representante de su propia época, de un país que en mucho depende del turismo y que desde los 80 apostó por desarrollar esta actividad económica.

Pero ambas sedes, en esencia, son solo edificios. El arte y el aplauso construyeron el alma del Teatro Nacional. Una buena administración, transparente, moderna y de proyección internacional, harán lo propio por el nuevo centro de reuniones.

eramirez@nacion.com