La escuela debe dejar de ser vista como un depósito de niños, en el que se dejan en la puerta del aula y luego solo importa su reporte de calificaciones o el porqué de una boleta por mala conducta. Cuando las familias se involucran y conversan sobre lo que ocurre en la escuela se incide en la motivación y el rendimiento de los estudiantes.
El docente no puede hacer la tarea solo: necesita la reconstrucción de ese puente entre hogar y aula, para entender mejor el contexto de cada niño y para frenar que una situación específica sea causa de exclusión del sistema educativo. Según el informe A new wave of evidence, cuando los padres de familia “hablan de la escuela con sus hijos, esperan que su rendimiento escolar sea bueno y se aseguran de que las actividades que realizan fuera de la escuela son constructivas, sus hijos rinden más en el centro educativo”.
Es un asunto de interés y no de sobreprotección: El niño debe sentir que tiene un apoyo o que hay seguimiento sobre su rol en la escuela. El mensaje es claro: “le importo a alguien y por lo tanto, me esfuerzo por hacerlo bien”; cuando ocurre lo contrario, ¿qué motivación tiene el niño para conseguir un buen resultado?
El sistema educativo responde a un conjunto de actores que deben trabajar de forma coordinada, con el propósito de conseguir mejores resultados. Cuando escuela y familia trabajan mano a mano, hay mayores probabilidades de que el ausentismo sea menor, de que a los niños les guste más estudiar y de que sea mejor el rendimiento académico. Sin que se confunda ese apoyo con una protección excesiva hacia el menor de edad, en la que papá o mamá resuelven todo por el niño y quieren decirle a la maestra cómo debe actuar.
La reconstrucción del puente debe hacerse en dos vías: por un lado, la familia debe mostrar más interés en acercarse a la escuela a aportar y aprender; y por el otro, los docentes deben estar más dispuestos a romper las barreras de las cuatro paredes del salón de clases y mejorar la comunicación con los hogares. Como señala el escritor y profesor británico Ken Robinson “nada sustituye a un buen profesor titulado y entregado a su trabajo, pero si los padres u otros miembros de la comunidad pueden complementar lo que la escuela ofrece, todo el mundo sale ganando”.
Algunas de las estrategias que recomienda Robinson en su libro Escuelas Creativas son:
- Ir a donde están los padres: utilizar las redes sociales para mantenerlos informados y favorecer la interacción, sin que el grupo de WhatsApp se convierta en el espacio para abordar problemas personales y para evitar acudir al aula.
- Poner a las familias en movimiento y crear asociaciones: utilizar diversas herramientas, como organizar un club de lectura para padres o crear trabajos de curso que incluyan entrevistas a las familias, para conocer mejor el entorno que rodea al centro educativo.
- Reuniones de padres y profesores coordinadas por los alumnos: permitir que estos dirijan estos encuentros presentando una muestra de su trabajo que ponga de manifiesto sus cualidades, dificultades y objetivos.
- Acoger a todo el mundo: ser conscientes de que hay familias de la comunidad que, ya sea por su nivel educativo o socioeconómico,pueden sentir una barrera natural en acercarse a la escuela.
El divorcio entre lo que sucede en el aula y en la casa, solo busca culpables a cada error del proceso de aprendizaje. Reconstruir el puente entre el hogar y la escuela implica hacer a un lado las vanidades y egos de ambas instituciones, para procurar un mejor ambiente educativo para niños y jóvenes, que les motive, que los invite a ser mejores ciudadanos, críticos de su entorno y capaces de idear soluciones colectivas para la construcción de comunidades más solidarias.
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