“Me gustaría conocer mejor lo que ocurre realmente con mis datos... ¿Por qué y de qué forma se reúnen?”; “Me preocupa que se difundan mis datos”, “Cuando estás triste, Internet puede ayudarte a ver cosas que te alegran”. Las frases forman parte de un reciente informe internacional elaborado por la Fundación 5Rights, sobre la percepción que tienen niños y niñas sobre sus entornos digitales.
El contenido de ese informe forma parte de la más reciente observación del Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. En el documento se apunta la importancia de que los gobiernos, empresas privadas, familias y docentes (el sistema educativo como un todo) actúen en favor de resguardar la seguridad y los derechos de la niñez en los entornos virtuales.
La pandemia aceleró la virtualidad, y con ella, el tiempo que las personas menores de edad destinan frente a las pantallas. De ahí, la importancia de no simplificarlo a una “nueva normalidad”, sino ejecutar acciones y políticas públicas medibles y adaptadas a cada contexto comunitario, que promuevan la alfabetización digital, mediante el uso de herramientas y competencias para que niñas y niños accedan a Internet de forma segura.
“Los derechos de todos los niños deben respetarse, protegerse y hacerse efectivos en el entorno digital. Las innovaciones en las tecnologías digitales tienen consecuencias de carácter amplio e interdependiente para la vida de los niños y para sus derechos, incluso cuando los propios niños no tienen acceso a Internet. Si no se logra la inclusión digital, es probable que aumenten las desigualdades existentes y que surjan otras nuevas”, agrega el informe de Naciones Unidas.
En el pasado curso lectivo, unos 500.000 estudiantes solo pudieron estudiar mediante fotocopias o mensajes por WhatsApp debido a la falta de conectividad. Se debe actuar con rapidez (evitando la tradicional tramitomanía nacional) para garantizar acceso a Internet a las poblaciones más vulnerables, y que ese acceso esté acompañado de educación de calidad.
Si bien el acceso a conectividad y aparatos es fundamental para evitar que se amplíe la brecha y surjan nuevas desigualdades, es todavía más crítico preparar a niñas, niños y jóvenes sobre el uso responsable y consciente del consumo de contenidos digitales. No se trata solo darles un aparato y salir corriendo. Los celulares, tabletas y computadoras con Internet no son chupetas ni niñeras para dejar al niño en el abandono.
Es preciso ofrecer acompañamiento, mediación y educar sobre los riesgos que hay en el entorno digital, aportarles herramientas para que sean personas críticas capaces de discriminar contenidos falsos en la web, analizar y crear nuevos contenidos con sentido (no comentarios viscerales en redes sociales y cargados de errores de ortografía).
Un espacio de libre expresión
En el informe de Fundación 5Rights los niños señalaron que el entorno digital les ofrecía valiosas oportunidades para hacerse oír en relación con asuntos que los afectaban.
Sobre esto Naciones Unidas detalla la importancia de que “los Estados partes deben promover la concienciación sobre los medios digitales y el acceso a ellos para que los niños expresen sus opiniones, así como ofrecer capacitación y apoyo a fin de que estos participen en igualdad de condiciones con los adultos, de forma anónima cuando sea necesario, para que puedan ser defensores efectivos de sus derechos, individualmente y como grupo”.
En esos espacios de libre expresión, es preciso cuidar que niñas y niños no sean víctimas de acoso por parte de adultos o de otras personas menores de edad, así como de ningún tipo de discriminación o violencia mientras navegan por Internet.
El currículo educativo para la escuela del siglo XXI debe sí o sí incluir un nuevo componente: el desarrollo de un coeficiente de inteligencia digital, que revierta el mito de que en Internet no hay responsabilidad sobre lo que se dice y se hace, y que advierta de manera consciente sobre los riesgos reales que existen al navegar en Internet.
El sistema educativo es un ente vivo y como tal, debe ser capaz de adaptarse a los contextos que le rodean (la virtualidad), de crear las condiciones necesarias para que los estudiantes quieran aprender y de romper moldes anticuados, no adecuados a las necesidades de este siglo.
El camino de la educación no es mejorar la situación actual sino emprender nuevas direcciones, sin miedo a errar y con la disposición suficiente para enmendar esos errores de manera expedita.
La necesidad de desarrollar nuevas competencias exige una reconceptualización sobre qué aprender y cómo aprenderlo, convirtiendo las aulas en espacios para el descubrimiento, la creación y la construcción.
Para eso, es vital ir más allá de una simple “nueva normalidad” y comprender que es preciso conocer lo que niñas y niños dicen y hacen mientras recorren sus entornos digitales.
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