Educar debe ser sinónimo de motivar, comunicar y crear vínculos de confianza entre profesores y estudiantes para que el entorno sea favorable al intercambio de saberes, ideas y opiniones. Sin embargo, esa tarea no es sencilla cuando el entorno y las emociones juegan en contra del docente.
Educadores desanimados hay de dos tipos: aquellos que se equivocaron de carrera y su falta de vocación los golpea diariamente desde que ponen un pie en el aula, y un segundo grupo de docentes con muy buenas intenciones a los que el entorno les roba todo tipo de energía para enseñar, sin sentir apoyo de su comunidad ni de las autoridades.
En este segundo grupo, están aquellos que tienen el interés de educar y corregir, pero topan con la falta de colaboración y el desinterés de los padres de familia que justifican a sus hijos a toda costa y que colocan al docente como el sempiterno villano del cuento. Con la autoridad lesionada y víctimas de violencia verbal y física, dentro y fuera del aula, ¿quién puede enseñar con alegría?
Otro de los factores que también resta ánimo a los educadores es la calidad de infraestructura educativa. Según el último informe del Estado de la Educación, tres de cada cuatro aulas ticas (el 76%) se encuentran fuera de las zonas de confort permisibles. El ruido, el calor, la oscuridad y la cantidad de estudiantes por salón de clase también influyen en el ánimo del docente.
En 2017, la Junta de Pensiones y Jubilaciones del Magisterio Nacional (Jupema) presentó al Ministerio de Educación Pública (MEP) un estudio denominado “Síndrome del quemado en los docentes de primaria y secundaria”, donde se entrevistó a unos 15.000 educadores y se detectó que un 30% padece el “síndrome del trabajador quemado”; un trastorno emocional vinculado al estrés. Esto no solo afecta la salud del educador, sino también la calidad de las lecciones que imparte.
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La falta de apoyo de las familias y la mala infraestructura en las aulas son factores que desmotivan a los docentes en el ejercicio de su profesión. (Alberto Barrantes)
El exceso de carga laboral y el desinterés de algunos alumnos y sus familias confabula para que educar con alegría sea una tarea cuesta arriba para algunos educadores. El estudio de Jupema destaca las siguientes frases emitidas por maestros, que a todas luces retratan la frustración que habita en sus aulas y que termina por afectar su salud mental:
- “A casi ninguno le interesa aprender, uno les insiste en que es la única manera en que van a poder tener una vida mejor, más que muchos son muy pobres, pero no sé, es como si no les importara nada, si acaso uno o dos se interesan” (Grande del Térraba, secundaria).
- “Estuve muy mal, cuando estaba en la casa y pensaba en la escuela empezaba a llorar y sentía que no iba a poder ir al día siguiente (San José Oeste, maestra de primaria)
- “Yo les digo que voy a hacer un ‘centro’ para repasar la materia y ponerles prácticas y nadie llega” (San José Oeste, secundaria).
- “Ellos saben que no tienen que esforzarse mucho, de todas maneras al final uno termina pasándolos, por la presión de los padres y del propio director” (Grande del Térraba, secundaria).
- “Ahora es como una gran cosa sacarse un 40 o un 20 en un examen, celebran, los otros les dan la mano. Ahí hay un problema que es de la sociedad y de la familia”(Chorotega, primaria).
El sistema educativo es un todo y como tal, requiere el apoyo de las familias, de los hacedores de políticas públicas y de las autoridades para que la educación camine hacia un mejor rumbo para todos.
Un docente desanimado hace daño a toda la sociedad. Quien educa alegre genera confianza, construye puentes entre la creatividad y el aprendizaje y crea una atmósfera capaz de capturar el interés de sus estudiantes, apoyado en el resto de los actores que forman parte del sistema educativo.
El periodista español Carles Capdevila afirma que “el estado de ánimo de los profesores es el activo más importante de la sociedad”, ¿qué estamos haciendo para protegerlo? Cuénteme su opinión sobre el tema abajo en los comentarios, o bien, a mi correo barrantes.ceciliano@gmail.com, o en mi cuenta en Twitter (@albertobace).