Cinco consejos prácticos para repensar la educación de hoy: ‘cambiemos de vía’

La educación tiene el rol de enseñar a detectar las fuentes de errores, ilusiones o enceguecimientos, en un siglo de cambios constantes y en donde abundan líderes mediocres que se aprovechan de la ignorancia de muchos.

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Educar para afrontar el error y confrontar las mentiras es uno de los principales desafíos para las aulas del siglo XXI, según el filósofo francés Edgar Morin, en su más reciente obra ‘Cambiemos de vía’.

El coronavirus provocó cambios drásticos en nuestros hábitos y la educación tiene la responsabilidad de responder a estos desafíos y de formar liderazgos positivos, desde la niñez, que se alejen de la mediocridad, la repetición y el odio.

Para Morin, el cambio de vía debe empezar por generar estrategias educativas contra el egocentrismo. Dejar de medir el éxito en función del fracaso de los otros, dejar de ser juguetes de nuestras propias mentiras y evitar la actitud de autojustificarnos por todo y proyectar en las otras personas la razón de todo nuestro mal.

Más allá de respuestas únicas, hay que abogar por una educación que invite a más preguntas, en donde se despierte el pensamiento crítico, la lectura y la comprensión de la realidad como ejes fundamentales de los procesos de aprendizaje, para evitar que líderes mediocres sigan aprovechándose de la ignorancia de muchos para consolidar sus intereses.

Sobre los planteamientos de Morin y tomando en cuenta también su discurso “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”, hay cinco lecciones a las que debería aspirar la educación del siglo XXI para adaptarse a los retos actuales:

  • Promover espacios educativos para escuchar y leer visiones opuestas a las de la propia burbuja y no dejarse enceguecer por las doctrinas y los líderes que hablan mucho y leen poco.
  • El conocimiento fraccionado está obsoleto: La verdadera educación no debe simplificar el conocimiento, sino, por el contrario, mostrar la complejidad. Cambiar de una educación que separa y divide por una que reconozca el valor de la diferencia y promueva la unidad.
  • Enseñar la condición humana: la educación implica motivación, diálogo y comprender la diversidad desde el lenguaje de la empatía.
  • Enseñar a reconocer valor de la identidad: Generar acciones realmente inclusivas y no discursos hipócritas en las políticas públicas. Una verdadera inclusión de la identidad cultural que tome en cuenta los aportes históricos de la afrodescendencia, del indigenismo y de las diversas manifestaciones culturales de la sociedad. Sí, para ello, se necesitan recursos bien destinados en los ministerios de Cultura y Educación; no diputadas y diputados que acudan a recortes presupuestarios sin criterios técnicos y verborrea (una vergüenza nacional que será tema de otra entrada en este blog).
  • Enseñar a afrontar las incertidumbres: Es decir, proveer desde la educación las herramientas necesarias para lidiar con lo imprevisible, y con un enfoque ético no oportunista, que ponga en práctica el sentido de la solidaridad.

La educación del siglo XXI demanda cocrear espacios en las aulas y, desde la niñez, en donde se refuerce el valor de la autocrítica y la importancia de asumir responsabilidades sin cargarles a las demás personas los errores propios.

Una educación crítica que enseñe a detectar las fuentes de errores y  enceguecimientos, en la que detrás de cada protesta haya una propuesta para construir y donde los mediocres encuentren menos espacios para convertirse líderes y ejercer su poder desde una silla, recibiendo su salario o subvenciones mes a mes.

Cuénteme su opinión sobre este tema al correo electrónico barrantes.ceciliano@gmail.com.