Dudar. Siempre dudar. Sobre la duda se asienta el trabajo periodístico. Por eso incomoda. Y es peor aún cuando todos quieren y deciden creer. Cuando la sociedad se aglutina en torno a un sentimiento no hay espacio para una voz disidente. Es como querer hablar de la crisis del herediano durante un partido de la Sele. Como dar charlas de frugalidad en vísperas de la Navidad.
Solo así se entiende que durante seis años una sola persona haya podido engañar a un país de más de trescientos millones de habitantes y miles de medios de comunicación.
Su nombre: Tania Head. Bueno. Al menos así dijo llamarse cuando se presentó ante el mundo como una de las 19 personas que habiendo estado en las Torres Gemelas aquel fatídico 11 de setiembre del 2001, logró sobrevivir a pesar de hallarse arriba del punto del impacto.
De ella supe por primera vez gracias a un impresionante documental que Nat Geo nos ofreció el mes pasado, a once años del atentado.
La historia de Tania iba más allá de su sola sobrevivencia. En momentos cuando el horror y la muerte se hacen presentes, su relato estaba impregnado de amor y esperanza. En medio de la desolación, la voluntad para levantar la ceja se quebró.
El moribundo que le entregó un anillo de bodas en el piso 78 debió haber existido. El posterior encuentro de Tania con la viuda para poner en sus manos el símbolo de compromiso eterno de su difunto marido, tenía que ser cierto.
¿Quién se atrevería a poner en tela de juicio que a Tania la rescató Welles Remy Crowther, el llamado hombre del pañuelo rojo, quien emergió como héroe de los atentados al sacrificar su vida por los demás?
Tania dijo haber sacado fuerzas de flaqueza para, a pesar de las graves quemaduras que sufrió, poder descender aquellas interminables gradas de la torre sur aferrada a las idílicas imágenes de ella -enfundada en su blanco vestido de novia- al lado de su apuesto prometido.
Los suspiros de quienes la escucharon seguro se transformaron en lágrimas cuando al relato se agregaba un dramático giro: el hombre había muerto en la torre norte, algo que ella supo durante su estadía en el hospital.
La emoción pudo más que la razón. Nadie se atrevió a cuestionar una sola de sus palabras. Sin preguntas incómodas qué responder, Tania tuvo vía libre para alimentar su fantasía y compartirla con los visitantes de la Zona Cero, en donde sirvió durante años como guía para los visitantes.
Su activismo la llevó a la presidencia de la Red de sobrevivientes del World Trade Center y durante seis años fue admirada y apreciada por todos hasta que' alguien se atrevió a dudar.
El New York Times publicó en setiembre del 2007 un artículo firmado por los periodistas David W. Dunlap y Serge F. Kovaleski, con un sugestivo titular que ponía en entredicho la veracidad de los hechos contados por Tania, sobre los hechos del 11 de setiembre.
Al rompecabezas le faltaban muchas piezas y aquella formidable historia, vista ya con los ojos bien abiertos, tenía más agujeros que un queso suizo.
Las sospechas aumentaron hasta que la mentira no pudo sostenerse a flote: la catalana Alicia Esteves nunca estuvo en las torres gemelas y todo resultó obra de su retorcida personalidad y prolífica imaginación.
Por qué hizo semejante cosa es una pregunta aún sin contestar. Pero lo sucedido deja una gran lección: cuando todos eligen creer, al periodismo le toca dudar.
Esta es la acción ineludible para una profesión que debe utilizar siempre la incertidumbre como vehículo de tránsito en la perenne búsqueda de la verdad.