21/02/2012. Exposicin de figuras religiosas montada en el Museo Nacional y llamada "Silencio ante el Sepulcro", Descendimiento, Virgen de la Dolorosa de la coleccin del Museo Nacional, Descendimiento que es Patrimonio de la Iglesia de San Agustn en Cinco Esquinas de Tibs. Foto Abelardo Fonseca (Abelardo Fonseca)
Recorrer los alrededores de la iglesia; adornar las calles con flores y cintas; representar en las procesiones a María Magdalena, la Verónica, la Samaritana y a los apóstoles, son tradiciones comunes entre los católicos durante la Semana Santa. Entonces, niños y adultos llevan en andas imágenes del Nazareno, el santo sepulcro y el Resucitado.
Hoy, esos protagonistas se trasladan al Museo Nacional, donde la muestra
Se acerca la Semana Mayor y, con ella, el dulce olor a chiverre y las amargas penas del arrepentimiento, seguidas del luto del Viernes Santo y el regocijo del Domingo de Resurrección.
Todo ello se insinúa en un conjunto de imágenes que reunió el Departamento de Arte Sacro y Ambientación Litúrgica de la Curia Metropolitana, junto con los historiadores y restauradores del Museo Nacional.
Las imágenes y los ornamentos de quince parroquias de la Arquidiócesis de San José, que permanecen guardados durante la mayor parte del año, salen en procesiones únicamente durante la Semana Santa. Hoy se lucen en el museo para admiración del público.
“Quisimos aprovechar el trabajo que estaba haciendo la Curia, y surgió la posibilidad de montar una exhibición en el museo con las imágenes de Cristos yacentes y Santos Sepulcros. Así, damos a conocer las imágenes e inculcamos en la gente la necesidad de protegerlas”, afirma Cleria Ruiz, arque-óloga del Departamento de Protección del Patrimonio.
“La mayoría de las piezas son elementos vitales de la celebración de Semana Santa, y también son activas en las comunidades pues salen en procesión y están expuestas a la veneración de los creyentes”, manifiesta Luis Carlos Bonilla, funcionario del Departamento de Arte Sacro de la Curia Metropolitana.
Los claroscuros y los relieves de cada estatua son símbolos de la dualidad entre dolor y regocijo que caracteriza a la Semana Santa.
Un especial resplandor se crea sobre las esculturas más antiguas de la muestra: piezas que datan desde el siglo XVIII, provenientes de Europa o traídas de Guatemala. Además, se ofrecen trabajos representativos de imagineros y escultores costarricenses, como Lico Rodríguez y Manuel Zúñiga.
La imagen de Cristo llagado, muerto y sepultado ha conmovido a generaciones; los imagineros lo han representado siguiendo cánones, pero a la vez le han impregnado del sentir de su época.
Lo peculiar de esta muestra reside en la multiplicidad de miradas que pueden darse a las obras: como objetos de veneración, como arte sacro y como bienes patrimoniales que marcan la historia del país.
Esa pieza se trajo de Guatemala en el siglo XIX, y muchos fieles oran frente a ella diariamente en el corazón josefino.
Sus finas vestimentas destacan el hecho de que es una pieza de bastidor pues no tiene cuerpo; únicamente manos, pies y cabeza fueron tallados en madera: lo demás se cubre de telas ornamentales. En ciertas parroquias aún se conserva la tradición de añadir pelucas a las figuras, hechas con el cabello que donan los feligreses: es el caso de este Nazareno.
La muestra continúa con la escultura de madera del Crucificado en el Calvario, única obra que no presenta coloración. Víctor Bermúdez la esculpió en 1988 usando madera de la antigua iglesia de Santa Bárbara. El artista donó este crucifijo al templo del Sagrado Corazón de Jesús de Heredia.
La visita fluye a través de la crucifixión y prosigue en el descenso de Cristo de la cruz, tradición que se dramatiza en muchas comunidades. Esta imagen se acompaña del apóstol san Juan –escultura de Lico Rodríguez, propiedad de la iglesia de Coronado– y de la Dolorosa, obra que pertenece al museo.
El Cristo proviene de la iglesia de san Agustín de Tibás y tiene goznes en los hombros, mecanismo que permite mover los brazos para la crucifixión y la posterior sepultura. La figura se colocó sobre una antigua cruz colonial de estilo salomónico y de grandes proporciones, propiedad del museo.
Aquí, el visitante puede ubicarse en el proceso antes de entrar en el sepulcro, el centro de la exhibición. “Se incorporan imágenes complementarias de la historia del sepulcro, y la exposición termina con el Cristo resucitado como símbolo del cierre de la Semana Santa”, explica Cleria Ruiz.
“El objetivo es que la muestra represente las diferentes partes de la Arquidiócesis, por lo cual se incorporaron piezas de Cartago, Heredia y San José. Además, se trató de incluir piezas muy antiguas y de diferentes materiales con el objetivo de que se aprecien diferentes estilos artísticos”, manifiesta Bonilla.
Además, familias acaudaladas solían donar obras, como el sepulcro de la iglesia de san Juan Bautista de Tibás, regalado en 1918 por Ramona Quirós Alvarado y su hijo Adriano Villalobos Quirós. Esta pieza proviene de los talleres de Ferdinand Stuflesser, de Austria.
El estilo barroco de los imagineros guatemaltecos reluce en el Cristo yacente de la iglesia de Barva de Heredia, doctrina franciscana fundada en la época colonial.
En aquella comunidad se tiene la costumbre de untar esta imagen con aceite para representar la unción que Cristo recibió de unas mujeres luego de que fue crucificado; sin embargo, esta práctica daña muchísimo la pintura y la madera y preocupa a los restauradores.
“Quisimos resaltar el valor del uso que le da la gente a las piezas. Varias esculturas presentan daños irreversibles por el mal empleo. Por ejemplo, los pies de varios Cristos yacentes siempre están más desgastados pues los creyentes se acercan a las imágenes durante las procesiones y los tocan”, declara Ana Eduarte, restauradora del Museo Nacional.
Un Cristo yacente de finales del siglo XIX se expone en la iglesia de la Soledad únicamente los Viernes y Sábados Santos.
Esa pieza conserva su policromía original y pueden observarse las huellas del desgaste en sus pies. Se ha colocado un espejo para evidenciar el trabajo artístico que se hizo en la espalda de la imagen, efecto que resalta el realismo con el que se pintó la obra.
Al final del recorrido se exhibe el Cristo resucitado de la Catedral Metropolitana, que se acompaña con la banderola, símbolo del triunfo sobre la muerte, y la palma como signo del martirio. Así, todo el silencio del sepulcro se rompe con la resurrección.