U na figura de Buda y otra de Pikachu –el Pokemón amarillo– comparten anaquel en la tienda Da Xing. La primera, regocijante y redonda, es de una cerámica brillante; la otra –de igual tamaño– es un reloj de plástico que brilla en la oscuridad. Ambas están juntas, pero solitarias a la vez; son los últimos ejemplares de su clase y alguien los acomodó en el estante donde también están los gatos millonarios, las figuras de animales y los adornos navideños.
En el estante del frente hay ganchos, figuras de guerreros samurai y cartucheras de Hello Kitty. A los pocos pasos, encontramos el departamento de las comidas: vino de arroz, tapioca, hongos secos, chorizo chino y ajonjolí negro. A su lado, las bolsas de fideos de trigo aparecen en diferentes presentaciones y marcas, igual que la salsa de soya, que no puede faltar en un establecimiento como este.
La tienda se ubica en pleno Paseo de los Estudiantes, que pronto se convertirá oficialmente en el Barrio Chino. A los alrededores, en un radio de unos 400 metros, pululan locales de origen chino: bazares, restaurantes, almacenes y pulperías ofrecen mercadería traída desde Oriente, tanto de China como de Japón. Otros artículos son confeccionados por productores chinos en Estados Unidos pero, finalmente, todo llega a las mismas repisas.
“¿Podemos tomar fotos?”, le preguntó el fotógrafo Adrián Arias a una anciana detrás de la caja registradora. Sofía Hi Yee, de ojos rasgados y cabellera blanca solo asintió con la cabeza y sonrió. La señora abrió la tienda hace 15 años y ahora se encarga de cobrar a la clientela, con un español muy básico pero suficiente para entenderse con los ticos.
Después de recibir el beneplácito de la propietaria, procedimos a inspeccionar el lugar con la curiosidad de un viajero en horizontes desconocidos... La canasta de inciensos fue la primera estación para detenerse. Los olores se fusionaban en el aire e invitaban a detenerse. Arriba había una infinita variedad de amuletos de la suerte. De esos ya habíamos visto antes en otras paredes del local. El rojo vivo de estos adornos que, según la tradición china, convoca a la buena ventura, es imperdible.
Las florituras amarillas y caracteres orientales diferencian a un amuleto de otro, pero el fin de todos es el mismo: dar suerte. Los gatos millonarios sirven para eso también. Los encontramos en Da Xing y en el resto de locales que visitamos esa mañana. El material varía: metálicos, plásticos o de porcelana china, pero todos son aguizotes para el bienestar económico; algunos son, además, alcancías... ojalá de aquellas con siete vidas.
En Ancyfer Productos Orientales –otro de los almacenes de la zona–, no solo hay gatos para introducir monedas. También hay chanchitos de un dorado brillante y adornos similares del Mundial de Francia 98. Entre los productos hay varios con ganas de partir pronto: por ejemplo, una pequeña figura de Charlie Chaplin a tan solo ¢150.
Variedad al por mayor
Ancyfer es quizá el local más grande de su estilo, y todos sus productos tienen etiquetas con la traducción al español del nombre y contenido de la mercadería. El establecimiento se ha convertido en una marca, y con su propio logo identifican una variedad de tés, rojos y verdes, así como confites de diversos sabores.
Las salsas de soya son el producto más buscado, dice el propietario Fernando Fung, tras afirmar que el grueso de la clientela son ticos y no orientales.
Los coloridos abanicos con dragones pintados son una exclusividad de este tipo de tiendas. Hay quimonos a ¢25.000 con diseños alusivos a la China de donde Fung y su esposa partieron, en 1976, rumbo a Costa Rica. Con la misma línea ornamental, aparecen unas coquetas sombrillas de madera, cerradas a la espera de un cliente que se las lleve.
El almacén surte a varios supermercados del país con parte de sus productos.
Las refrigeradoras están llenas de tofu , legumbres y pescados, tacos chinos y empanadas congeladas de pollo, carne o vegetales. Los alimentos marinos no son importados sino comprados a locales, mientras que las gigantescas bolsas de arroz para sushi, el picante wasabi o las lonjas de jengibre encurtido, llegan directamente de Japón.
Super Hanson fue el tercer lugar que visitamos: en pasadizos angostos, se encuentran productos tan variados como sandalias, ollas, adornos, muñecos y herramientas de ferretería.
Sin embargo, lo más llamativo a primera vista es un mostrador que ofrece una variedad de revistas de espectáculos, con los chismes y sucesos de la farándula oriental. El latino evidentemente no es el público meta de dichas publicaciones, pues los rostros de los famosos son irreconocibles y no hay ni una pista en español que sugiera de qué trata aquello.
Se acaba la mañana y los dos curiosos de Proa abandonan las tiendas con un amuleto de la suerte en la mano, un abanico gigante en la otra y la recomendación de comprar en la próxima visita un “aceite Buda”, bueno para la gripe, mareos y sarpullidos.