EscucharParece trabalenguas, pero es más bien un “trabapiés”' Refiero a las aceras; y aquel “veredes” es tiempo verbal como podemos encontrar en textos antiguos. Pongámoslo en sencillo: “viera qué veredas”.
Curioso, el caso: la expresión “cosas veredes, amigo Sancho” resulta relativamente conocida y, por aludir al gordinflón ese, debiera haber sido dicha por Quijote. Pero no figura en la novela de Cervantes. Supuestamente, la frase completa era: “cosas veredes que farán fablar las piedras”, que por lo que he podido averiguar, vía Internet, remonta a la época del Cantar de mío Cid .
Quiero simplemente comentar el estado de veredas en mi comunidad: ¡San Pedro de Montes de veredas malas! Constituye el centro de mi universo, pero pretendo tener muy bien puestas, y aun mejor orientadas, las antenas parabólicas sobre el mundo. Por decencia, no comentaré el olor a putrefacción y otras florcitas que, no miento, se siente regularmente por esas calles de Dios, a causa de borrachos: hasta grafitos lo atestiguaron en letra de molde. Solo referiré a “menudencias” que uno no espera en una comunidad organizada y que se dice civilizada, cuna de universidades y colegios...
No sé cómo no hay más accidentes por el estado calamitoso de nuestras veredas. He ido fortaleciendo mis tobillos a fuerza de torceduras y caídas... y me pregunto cómo se las agencian cantidad de jóvenes, más preocupados por volver a poner un mensajito a la amiguita, a los diez minutos, subrayando que todavía la quieren, en vez de fijarse por dónde caminan.
Se dan dos pasos adelante y tres para atrás. En “cartas a la columna” alguien comentaba, la semana pasada, el estado calamitoso de la acera al costado sur de la Universidad de Costa Rica: ¡poquitillos años tiene esa parada del tren, con techo y banca de puro aluminio! Ahora da asco... y miedo. Pero claro, los de la poli municipal ni se meten por allí y hace unos días vi no menos de siete, doscientos metros al este de allí, cómodamente abrigados del sol, en tertulia, imposibilitando el paso del transeúnte...
Cerca de allí, en las últimas semanas observé afanosos individuos arreglando bien decentito una docena de veredas individuales, cosa que agradecen mis maltrechos pies. Entiendo que por un súbito arranque de eficacia de la Municipalidad, hubo órdenes a los dueños de arreglar lo que corresponde, so pena de multa. Pero pareciera que el empeño luminoso fue sueño de una noche de verano: no se percibe más empuje.
El ciudadano consciente, supuestamente repleto de educación cívica sobre la bandera, tal y cual himno y otras “charangas y panderetas” (como les llamaría Machado), debería actuar ex profeso, sin esperar la potencial sanción. En buen hispano existe precisamente la expresión un tanto coloquial de “hacer entrar en vereda”; es decir: obligar al cumplimiento de sus deberes. En un país donde todos esperan todo de las autoridades, ¿sería mucho pedir que los propietarios aportaran su consabido granito de arena a la eficacia y la estética?
Magnífico sería si la Municipalidad aludida, lo mismo que otras, pusieran volantes bajo la puerta, primero de las grandes instituciones, almacenes y colegios, dándoles un plazo perentorio, pongamos de tres meses para arreglar su acera. Por el efecto, ya no de “la ventana rota”, sino al revés de “la acera arreglada”, rápidamente se pondrían también al día los demás propietarios.
Otra calamidad, a falta de Policía de Tránsito en San Pedro, es esa invasión de veredas, ahora cada vez más, por los carros y motos: ¡cómo puede ser que uno tenga que arriesgarse a ser atropellado en la calle por un irresponsable que encontró muy cómodo poner su flamante carrito en plena vereda! En definitiva, Sancho, no invento: veredas veredes. Reivindico el derecho ciudadano a circular de manera segura por la urbe.
Si ando en carro, por la calle, por la vereda si ando a dos patas, y en ciclovía si me vuelvo a aventurar en bicicleta.
