Salen de sus apartamentos en Escazú, levantan la mirada a los cerros y ven verde. En Caracas la vista alta lleva a las cimas de los cerros atiborradas de pobreza.
Esta es la comparación de Julia, una venezolana que, aunque no tiene la comodidad económica de otros compatriotas suyos, encuentra otros encantos a su vida en suelo costarricense.
Jorge, un músico que ya cumple cuatro años en Costa Rica, subraya de inmediato algo que considera un logro: “Trabajo por las noches y nunca me han asaltado. “Sé que los ticos se quejan de algunas cosas en este país, pero para mí esto es un paraíso”.
Parecido opina José, un inversionista que prefiere ocultar su apellido, pero no por miedo a un robo, sino porque se dedica a un negocio que no le gustaría a las autoridades de Venezuela.
Como Venezuela restringe la venta de dólares, a cada turista le autorizan un monto determinado y, si le sobra, puede venderlos a su regreso a un monto cuatro veces mayor, en el mercado negro.
José entrega certificados de gasto, aunque no siempre haya un gasto. Es un negocio rentable, que le permite vivir con comodidades como cuando comerciaba aparatos electrónicos en su país.
Anduvo en España y probó otros países, pero al final escogió Costa Rica. “Para nosotros, Costa Rica es como un paraíso”, dijo sin saber que repetía la frase pronunciada por otro compatriota.
Aunque la mayoría expresa sentirse a gusto, advierten de que quieren seguir viviendo de manera discreta, tal como salieron de su Venezuela.