Hace poco, en esta misma página, Thelmo Vargas escribió respecto del “upe”, el saludo en tiempo pretérito: nadie discute que ese grito (por lo demás igual que “yahoo” en inglés) contribuía a una cohesión en los barrios donde todo el mundo se conocía y saludaba. Me hace pensar, igual, al bramido de “¡sereno!” al que costó acostumbrarse uno, hace décadas en el Madrid de mis estudios. Solo que en el entretanto se inventó la electricidad y la densidad de población ya no aconseja gritería de tal calaña.
Al encontrarme por razones familiares en el terruño, he tenido nuevamente la oportunidad de observar cómo opera, y con excelencia, la funcionalidad cívica en términos contemporáneos. Al respecto, para potencial aplicación a nuestros barrios en Costa Rica, comento una trilogía de sendos aspectos, cada una de comprobada virtud.
Desde la entrada a la comunidad, por parte de las autoridades, el barrio se visualiza con un panel grande; ya dentro de ella, las calles individuales tienen cada una su nombre, las casas, su número. Todo muy visible, sin poste que al rato se rompe, sin publicidad que confunde: el transeúnte, a la pura vista sabe en qué barrio se encuentra y hacia dónde dirigirse. La eficacia manda.
Hasta aquí, nada nuevo, realmente y todo ello ya existía en el país que no solo se preciaba de ser progresista, sino que lo era: basta leer “El año del laberinto”, de Tatiana Lobo, para saber que el famoso crimen ocurrió en la calle del Comercio, en una casa con un número preciso: (en el torpe lenguaje de ahora: “de donde estuvo el cine Rex, como cien al sur, donde meó el perro'”). Pensar que, entre racionales, la lengua conlleva un criterio de economía... Vamos orgullosamente... como el cangrejo.
Pero por instructiva comparación es conveniente adicionar otras dos parejas de medidas, de carácter obligatorio. Hasta la más humilde, todas las casas tienen timbre y buzón. ¿Que no quiero verme invadido por publicidad no solicitada: pongo esa indicación en el buzón, lo cual da derecho a perseguir judicialmente a quien sigue molestando mi privacidad. Igual, hay maneras de evitar esa universal plaga de chiquillos (y sectas, y merodeadores y') que por doquier andan tocando el timbre: con observar por un ojito, de mirada unilateral se resuelve quién fue' Simplemente no se contesta. Pero por lo menos jurídicamente las autoridades tienen la sartén por el mango para notificaciones.
Una tercera pareja de medidas complementa la infraestructura del barrio organizado que contemplo: so pena de colosales multas, ¡que se aplican, nada de excusas tipo “pobrecitico”!, a cada propietario, mediante pago de impuestos, se le construye su propia vereda bajo implacables criterios uniformes. Además, cada casa debe adquirir en el municipio por lo menos dos recipientes fuertes, uno para lo biodegradable, otro para lo reciclable. Tienen colores diferentes, pero cada lleva el número de la casa. También se venden oficialmente, aparte, bolsas sólidas y transparentes para las latas: no se pueden romper tan fácilmente como entre nosotros y se deben poner solo escasas horas antes de que pase el camión. Este, mecánicamente alza el contenido y lo pesa: cada recipiente tiene código de barras que, para bien o para mal, remite a la casa en cuestión, proporcionalmente. Si de manera malévola usted se equivoca, automáticamente le llegará la alta multa correspondiente en el impuesto municipal.
He hablado del Barrio San Antonio, en Rotselaar, en el Brabante belga. Un sector de clase media, en una ciudad menor, en un país pequeño: cada uno de las tres parejas de puntos es aplicable. Organicémonos como ciudadanos conscientes; de lo contrario, tendrán que organizar a los monos.