Abatidos por el pesimismo y el cansancio moral, con frecuencia olvidamos poner los medios para combatir, con firmeza y decisión, los siguientes males, que nos tienen atenazados.
Algunos son: irresponsabilidad, inseguridad, bebedores homicidas, alta velocidad y falso adelantamiento, robacarros, secuestradores, narcorficantes, bandas de asaltantes, sicarios, evasores de salarios mínimos, impuestos y cuotas, gavilanes, comerciantes estafadores, mandos medios intocables, pseudosindicalistas, privilegios laborales, hacedores del Estado en coto de caza, crítica destructiva, pasividad, posposición de decisiones, juzgamientos por los medios de comunicación, avaricia, egoísmo, intransigencia, aprendices de político, obstruccionistas, pereza, falta de pensamiento, prepotentes, comisiones inoperantes, grupos de presión ávidos de concesiones, tarjetas de crédito abusivas, menospreciadores de la vida y de la dignidad humana, violencia, falta de autodominio, violadores, machismo, instituciones públicas entrabadas, un fardo de leyes y reglamentos, burocracia, un reglamento legislativo paralizante, vivir para los sentidos, adopción de antivalores y abandono de la vida espiritual, indiferentismo y conformismo, tráfico de influencias y mordidas, preferencia por los valores económicos, creación irrefrenable de instituciones públicas'
Es muy difícil enderezar lo torcido. Lo mejor sería forjar una nueva generación. Los niños son la esperanza, y los medios para lograrlo la familia y la escuela. Hace unos años, el 75% de los educadores eran mujeres, cuyo corazón, generosidad, entrega y disciplina las convierten en un tesoro invaluable. Además, su inteligencia práctica les permite estar en varios frentes a la vez. Y la familia es el centro educativo por excelencia. Es cuna del amor humano y del amor a Dios. En ella se aprenden virtudes, valores e ideales que perduran para toda la vida.
Dice el filósofo Karl Jaspers que en la familia aún vive el hombre. Tanto en la escuela como en la institución familiar, se encierra una gran misión: formar personas.
Ambas instituciones no pueden resignarse con formar ciudadanos, herencia incompleta de la Revolución francesa. Es más, a esta nueva generación debe hacérsela aspirar a un alto ideal: luchar hasta hacer del mundo un anticipo del cielo, fin supremo del hombre. Y vivirán enamorados de estos dos polos de atracción: la tierra y el cielo. Cuando el Estado y cada uno combatamos con firmeza y decisión aquellos males, la sociedad volverá a respirar un aire más puro y saludable y disfrutará también de una convivencia más humana.
Como el país es de todos, se impone el esfuerzo propio, la mejora personal, individual, para rectificar, para desterrar tantos descaminos. Esos van más allá de los bienes de este mundo; siguen otros pasos. Por fortuna, la mayoría busca el bien, la paz y la verdad y es solidaria. Una cruzada de rectitud moral y una toma de conciencia nos viene bien a todos.