Una frase movía la danza de la pionera alemana Mary Wigman: “Sin éxtasis no hay movimiento”. En esa idea encontró el impulso y la vitalidad de su arte, desarrollado en los años 20 en la Alemania de Weimar. En el corazón de esa tesis –que ordenaba, a quien bailase, entrar en íntima conexión con su vitalidad– estaban las ideas del Expresionismo, con mayúscula, imperante en Alemania.
El Expresionismo surgió de la literatura de principios del siglo XX para luego expandirse hacia las demás artes. La pintura tomó el liderazgo: la distorsión y la exageración, así como la ruptura del espacio, se convirtieron en herramientas para expresar emociones y la vida interior. Pintores como Emil Nolde (amigo de toda la vida de Wigman), Oskar Kokoschka, Ernst Ludwig Kirchner y otros exploraron esta forma nueva de pintar e influyeron así en un estilo y un pensamiento, sin llegar a ser una escuela definida.
La danza expresionista alemana, Ausdrucktanz , se difundió en los años 20 y 30. Más que crear impresiones de realidad o de belleza pura, se enfocó en la experiencia emocional, en el estar vivo. Utilizaba gestos dramáticos y movimientos bruscos como herramientas, así como la exploración del espacio en torno al bailarín. Fue una especie de reacción contra lo que sus proponentes consideraban una danza académica tradicional muy limitada. Un creador de este estilo fue Rudolf von Laban, maestro en Zurich y Berlín, donde fue profesor durante varios años con la protección del Reich, hasta su partida de Alemania en 1937. Otros coreógrafos y bailarines clave del movimiento fueron Kurt Jooss, Hilde Holger y una alumna de Wigman: Hanya Holm.
Tötenmal , de 1930, fue una danza de Wigman que evocó las muertes y el sufrimiento de la Primera Guerra Mundial; sobre todo, exploraba su angustia ante lo fútil de tal evento. Lo triste fue que seguía siendo necesario protestar contra la violencia, como hizo Jooss dos años después en La mesa verde , una danza de políticos, codicia, corrupción y angustia. La danza expresionista permitió volver al cuerpo más allá de la técnica. Fue un regreso a la experiencia más íntima del movimiento para explorar el peso que la humanidad soportaba entonces y que soporta ahora. Seguidores del movimiento, como Pina Bausch, artista ineludible, mantuvieron viva la idea dionisíaca de la intoxicación de sí mismo, del éxtasis como vía para la expresión.
Fernando Chaves Espinach
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