“Creo que una de las primeras cosas que recuperaremos será poder dejarnos los zapatos puestos”, dijo la secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Janet Napolitano, en conferencia de prensa, el miércoles pasado.
Esa declaración podría ser interpretada como una pequeña concesión para los miles de usuarios de aeropuertos que, en los últimos diez años, se han sacrificado en el altar de la seguridad.
Ahorita mismo, mientras usted lee estas líneas, millones de personas están quitándose sus chanclas, mocasines, tenis, sandalias, tacones, botas y pantuflas como requisito ineludible para hacer vuelos internacionales.
Antes del 11 de setiembre del 2001, esa escena no existía. El ritual de la despedida en los aeropuertos entre amigos y familiares era lo más común y el único retén después de comprar el tiquete era pasar por el control migratorio.
Pero a un grupo de extremistas se le ocurrió usar aviones de transporte de pasajeros como armas de ataque.
Y desde entonces, los escáneres se han apropiado de las terminales aéreas, al punto de que ahora, en las de mayor tráfico internacional, los encargados de vigilancia firman un documento de confidencialidad porque le ven hasta lo más íntimo a los pasajeros. Aunque se tenga que estar tres horas antes en el aeropuerto para pasar estos controles, dicen que más vale quitarse los zapatos antes que permitir otro 11 de setiembre.