Cuando fue enviada a un asilo por su esposo, Laura Kieler no se imaginó que, bajo la pluma del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828- 1906) se convertiría en la polémica Nora, de Casa de Muñecas. Mucho de lo que sucede en esta ya casi obligatoria obra, sucedió en la vida de Kieler y su esposo Victor.
Casa de muñecas describe la situación de la protagonista, Nora. Su padre es un hombre conservador y de alto status, que la trata como si fuera una propiedad. Su marido, Torvald Helmer, la considera un objeto más.
Basarse en la realidad para crear obras teatrales no es un secreto para nadie; a veces, incluso es una necesidad. Ahí donde la imaginación se prepara para volar, algunos sugieren que es mejor poner los pies sobre la tierra.
Para Charles Dickens (1812- 1870), “la misión del escritor es describir las injusticias sociales de la época en la que le ha tocado vivir”. Según otros, entre ellos Ibsen, esta posición “es la manera más responsable de escribir”.
Contemporáneo de Dickens, el dramaturgo noruego trató de luchar contra el patriarcado y los valores aristocráticos de las clases ricas y nobles de su patria. El resultado: un exilio voluntario de veintisiete años en Alemania e Italia, luego de “conocer la estrechez de visión de mundo de su país”.
No es difícil entender la tensión que surge en el artista entre la necesidad (a veces de subsistencia) de tener éxito en la sociedad, y, la otra, de cumplir su “misión” de crítico de la moral de esa sociedad.
En concordancia con esa tensión, las vicisitudes de Nora y Torvald, puestas ya sobre el escenario en 1879, no eran la mera representación de aquellos problemas de Laura Kieler y su esposo Victor: Se habían vuelto la punta de lanza de un movimiento de reivindicación social por los derechos de la mujer.
“Nuestra sociedad es masculina, y, hasta que no entre en ella, la mujer no será humana”, es una de las frases más conocidas del dramaturgo. Con fundamento, y aunque él no se declaró feminista, Casa de muñecas se considera la primera novela teatral “feminista”.
Más tarde, para desgracia de los ofendidos por la obra, Laura Kieler fue una prolija dramaturga que gozó del éxito hasta los 83 años.