Según recuerdan los más ancianos de la tribu, la Tierra sufrió varias glaciaciones, sin contar la Edad del Hielo que a veces surge entre una presidente y sus diputados; y no se la suma porque la geología es muy lenta y, cuando quiere meterse en política, ya pasaron las elecciones.
En todo caso, de la política no se excluyeron los animales hoy extintos: un soberano absoluto era un tiranosaurio rey, y un dictador militar, un tigre con dientes de sable.
En tal entonces, la vida era simple: la música era cuaternaria; la pintura, solo primitivista; todas las tiendas vendían antiguedades; no había prensa incómoda y ni siquiera cables ni lianas de Wiki Leaks. Cuando los ministros acudían ante la Asamblea, en vez de responder con la verdad, se la pasaban contando prehistorias a los diputados.
In illo tempore , algún protopolítico no era primo de los simios, sino de los lobos, de manera que, al tratar con el Gobierno, se comportaba como un hombre lobby .
El mismo tiempo era tan joven que no había aprendido las mañas de los políticos que no dejan negocios ni testigos. No embargante, como fue creciendo, el tiempo aprendió: borró a los testigos del pasado, y de las mujeres y los hombres del ayer más antiguo apenas nos quedan huellas en arcilla que la química del tiempo convirtió en piedra.
¿Dónde estuvo el Paraíso Terrenal? Ahora está en los bancos –mas no de arena– de las Bahamas, pero, antes, ¿dónde? Según Robert Graves ( Los mitos hebreos , II), las tradiciones lo suponen en el monte Safón, en Siria; en el valle de Hebrón, en la Cisjordania, y hasta en el golfo Pérsico. Puede ser, pero todos venimos de donde estuvo Eva.
La Eva real fue nuestra madre que tuvo otro nombre, hoy perdido, y cuyos rastros genéticos (mitocondrios) están en todos los seres humanos. Los arqueólogos la sitúan en el extremo sur del África, cuando la gente del Homo sapiens era tan poca que escaseaba al borde de la extinción (Curtis Marean, Scientific American , agosto del 2010).
De la glaciación que fue cediendo hace 120.000 años, emergió el ser humano anatómicamente igual al de hoy, mas los ancestros inmediatos de nuestra especie se perdieron entre el frío. Nunca sabremos cómo fue nuestro abuelo sabio ( Avus sapiens ), mas sí conocemos algo por nuestra madre Eva: somos la misma especie, no hay razas inferiores y viajamos juntos hacia otra glaciación si el calentamiento mundial no nos arrasa antes que el frío, para siempre y “con magnífica ironía”.