Es una paradoja que el filósofo de la angustia: Soren Aabye Kierkegaard (1813-1855), y el autor del inolvidable Patito feo : Hans Christian Andersen (1805-1875), figuren juntos como emblemas de la cultura danesa del siglo XIX.
Andersen intentó ser dramaturgo, pero llegó a la fama por méritos distintos. En la niñez, su familia llegó a indigencia y la mendicidad. En los límites de la desesperación, su padre acabó sumándose voluntariamente a las tropas napoleónicas, y el joven Andersen, abandonado a su madre alcohólica, decidió partir hacia Copenhague, con sólo 14 años y decidido “a conquistar la celebridad”.
Jonas Collin, director del Teatro Real, se fijó en él, intuyó su talento y decidió sufragarle los estudios de bachillerato. Más tarde, Andersen fue admitido como alumno de danza en el Real Teatro de Copenhague y pronto se volvió amigo de importantes figuras literarias de la época. Andersen pidió al rey Federico VI una beca de viaje, que se le concedió en 1833. Conoció entonces Suiza, Italia y Francia, donde se encontró con Heinrich Heine, uno de los más destacados poetas y ensayistas alemanes del siglo XIX. “Vivir es viajar”, escribirá luego Andersen.
Su primera obra de teatro, El amor en la torre de San Nicolás , publicada en 1839, le trajo un cierto éxito, pero no el que esperaba. Un año antes, el paso casi inadvertido de El cuervo le había limado la confianza en la dramaturgia.
Por el contrario, su obra narrativa formaría parte de la literatura universal. El patito feo y La sirenita –solo por mencionar dos de sus cuentos– se han traducido a más de 150 lenguas y han inspirado pinturas, obras teatrales, balés y películas animadas.
En su honor se concede el Premio Hans Christian Andersen de literatura infantil, y el astrónomo Nikolái Chernykh bautizó al asteroide 2476 con el nombre Andersen .
El crítico literario Harold Bloom escribió que “Andersen y Kierkegaard se dividieron la eminencia de la literatura danesa. Si Kierkegaard se propuso demostrar cuán difícil es ser cristiano en una sociedad cristiana, el proyecto de Andersen era por entero distinto: cómo seguir siendo niño en un mundo manifiestamente adulto”.
Esteban Córdoba Arroyo
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