La moda es moderna, de ahí viene la palabra, y global. Esto último agudiza la manía de parecernos a los demás, reunidos todos bajo un mismo lema: Conectaos, amigos, conectaos. ¡Ah, qué gusto sentirnos en medio de la corriente del blablá, navegando y navegando, el oleaje a favor y ni una pobre ballena a la vista!
Y no vengan ahora los aguafiestas a decirnos que lo nuestro es adicción, vicio, una forma de evadir la realidad. ¡Si hasta Robinson Crusoe, el náufrago inolvidable que sobrevivió en una isla, íngrimo y despojado, usa –también él– celular! ¿Que cómo lo averigué? Pues no fui yo, sino la investigadora Rosalía Winocur que publicó en México el sugestivo libro Robinson Crusoe ya tiene celular .
Bueno, el título es un gancho: Winocur quiere hablar de la angustia de la desconexión. En sociedades como las que trajinamos, cargadas de un estrés imparable, el celular se ha convertido en ansiolítico y perder la conexión es un pecado. La autora nos brinda ejemplos de un fenómeno que vemos a diario y que el señor Defoe, novelista que inventó a Robinson, no imaginó siquiera. Nosotros, en cambio, desde el cuerpo del monstruo, fácilmente imaginamos qué dirá la maestra de kínder cuando entre al aula: “¡Niños, apaguen el celular!”. Y cualquier otro móvil, agregaría yo.
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