En la década de 1840 fue habitual que la muerte de un presbítero repercutiese en distintos ámbitos de la vida nacional: uno de ellos fue la prensa. El examen de los primeros periódicos fundados en Costa Rica revela cómo el deceso de un miembro de la clerecía recibía “amplia cobertura” –como diríamos hoy– en una columna de aparición irregular denominada “Necrología”.
En ella, el editor del periódico registraba todas las bondades que caracterizaron al personaje. Es comprensible que los sacerdotes recibieran un trato privilegiado pues entonces constituían un grupo de poder económico y político en nuestro país. Los sacerdotes eran unos de los pocos hombres preparados en universidades o en seminarios de Centroamérica, formación que los situaba sobre la mayoría de la población local; además, solían disfrutar de un estilo de vida un tanto holgado.
Solamente a mediados de la década de 1840, el gobierno decidió convertir la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, de orígenes coloniales, en la Universidad de Santo Tomás. Algunos de sus profesores y alumnos fueron sacerdotes o seminaristas.
Tal fue el caso del doctor Isidro Menéndez, clérigo salvadoreño de amplia formación académica recibido por Braulio Carrillo en 1840, cuando Francisco Morazán, el caudillo unionista hondureño, atracó temporalmente en el océano Pacífico costarricense.
Menéndez fue un personaje esencial en la compilación de leyes que resultó en el establecimiento del llamado “Código General de Carrillo”. Los curas locales no obtuvieron la notoriedad de Menéndez, pero sí llegaron a ocupar puestos destacados en la función pública, en particular en el Poder Legislativo. Este protagonismo se sumó al prestigio que la herencia colonial otorgaba a los miembros del clero. Se explica así por qué la prensa subrayó, ante el público, la vida y la obra de los eclesiásticos fallecidos.
Los anuncios. El periódico oficial Mentor Costarricense de los años 1842-1846 informó sobre la muerte de algunos miembros de la clerecía católica. Así, el 21 de setiembre de 1844, en su número 67.º, el Mentor mostró una amplia columna titulada “Necrología”. En ella incluyó lo siguiente: “A las doce del 16 del corriente desapareció de entre nosotros el Sr. Presbitero José Francis-co Peralta, á consecuencia de la estropeada que le diera un caballo el once del mismo. El Estado y mui particularmente Cartago, han perdido uno de sus primeros hijos: un sacerdote de capacidades i virtudes no comunes: un ciudadano consagrado al bien de sus semejantes, un patriota [']”.
El 8 de noviembre de 1845, el Mentor Costarricense lamentó la defunción de otro sacerdote. “Á las cinco de la tarde del 28 de octubre último ha muerto de edad de cincuenta y cinco años tres meses el Presbitero Joaquin Garcia, natural i vecino de la Ciudad de Cartago, con cuyo infausto suceso deplora Costa-rica la pérdida de uno de sus mas ilustrados i virtuosos eclesiásticos”. En ese obituario, el periódico concedió mucho espacio a destacar la cultura del sacerdote. “Casi no hai un ramo de la literatura en que no tubiese nociones, pudiendo asegurarse que sus conocimientos en filosofía, teología i ambos derechos, lo nibelaban con los mas acreditados profesores de estas ciencias”.
Una noticia del mismo periódico del 14 de febrero de 1846 dio a conocer la muerte del arzobispo de Guatemala, el doctor Ramón Casaus y Torres. Sobre este fallecimiento, el Mentor indicó que “el Venerable Cabildo eclesiástico [de Costa Rica] lo hizo anunciar al público con un doble general de campanas, que se repetirá por nueve dias en todas las iglesias á las 12 i al caer el sol, conforme el ceremonial de tales casos”.
Cabe destacar que, durante el período 1842-1846, en el Mentor Costarricense solo apareció una necrología correspondiente a un civil, Manuel Fernández, hijo político del doctor José María Castro Madriz. El número del 14 de junio de 1845 consideró a Fernández “un buen esposo, un padre tierno, un ciudadano dignamente acreditado, un hombre respetuoso i amable a un mismo tiempo”.
En ese caso, la investidura de Castro Madriz, presidente de la Cámara de Representantes y propulsor de la Universidad de Santo Tomás, explica por qué el órgano gubernamental resaltó la defunción de un ciudadano de escasa trascendencia política.
Subastas. La muerte de clérigos traía consigo el remate de su patrimonio, y la prensa proporcionó detalles de este tipo de acciones. Así, en diciembre de 1845, los números 18.º y 19.º del volumen II del Mentor anunciaron la subasta de bienes de un sacerdote fallecido.
El 16 de diciembre, el órgano de prensa señaló: “Dentro de nueve dias se rematará en el mejor postor, la casa que fue últimamente del finado Presbítero Vicente Castro. En los carteles que se fijarán en las esquinas se señalará el dia i la hora del remate”.
El 8 de agosto de 1846, en la columna llamada “Avisos”, el periódico oficial difundió el remate de las posesiones de otro clérigo: “El lunes 17 del corriente á las doce del dia, se subastarán por el que suscribe los bienes pertenecientes á la mortual del finado Presbítero José Antonio Castro”. Dentro de los bienes sujetos a remate destacaron una casa valorada en la apreciable suma de 1.374 pesos, y un potrero de unos 812 pesos; más piezas de ropa, trastes de casa, vestuarios de eclesiástico y libros, la mayor parte de ellos de asuntos religiosos.
Llama la atención que el anuncio de la muerte de Castro apareciese suscrito por el “apoderado de sus herederos”: Felipe Molina, guatemalteco que desempeñaba un rol destacado en la Sociedad Económica Itineraria, instancia encargada de reparar los caminos que conectaban la capital con los principales puertos de la nación.
Tal información revela que las ganancias derivadas de las ventas del patrimonio de ese sacerdote no fueron a la Iglesia Católica, sino se distribuyeron entre el intermediario (Molina) y los deudos del religioso. La publicación no especifica quiénes fueron dichos herederos.
Los anuncios necrológicos confirman el protagonismo que la clerecía conservaba en la sociedad costarricense de la década de 1840, por lo menos en el órgano de prensa del Estado. Las necrologías de laicos, escasamente difundidas en el Mentor , ocuparon más espacio con el surgimiento de nuevos periódicos, como el Boletín Oficial, a partir de la década de 1850.
Eso último parece evidenciar una pérdida gradual de la preeminencia del clero dentro de la sociedad costarricense.
EL AUTOR ES ENCARGADO DEL PROGRAMA DE ESTUDIOS GENERALES DE LA UNED Y PROFESOR ASOCIADO DE LA UNIVERSIDAD DE COSTA RICA.