Miremos hacia atrás y evaluemos. Y hacia adelante y soñemos.
De poco nos servirá lamentarnos por no haber logrado algo.
Eso que queda atrás da lo mismo que esté a unos meses o a siglos de distancia.
Es natural que quisiéramos haber logrado más y mejor. Pero con realismo tenemos que reconocer que vamos por donde vamos y somos lo que somos.
Comparaciones. Compararnos, con lo que pudimos haber logrado, o con lo que lograron otros, no tiene sentido.
Se pueden comparar los tornillos que va produciendo una máquina: al que no es igual a los demás, algo le pasa; tenemos que desecharlo. Pero está en nuestra naturaleza ser diferentes; de ahí que nuestros logros también lo sean.
Vivimos vidas complejas en las cuales los resultados se deben a múltiples circunstancias.
Con la compañera de clase o con el vecino de enfrente, esa es la única circunstancia que compartimos. Todo lo demás es diferente para ellos y para nosotros.
El mejor estándar para evaluar nuestro desempeño es el de si logramos un poco más de lo que prudentemente esperábamos.
El gran reto, no es superar al vecino o a la compañera de clase, sino superar lo que esperamos de nosotros.
Si no nos gusta por donde vamos o el uso que hemos hecho de los recursos y del tiempo pasados, que esto nos lleve a intentar ser mejores en lo que sigue.
Renovación. Estos cortes del tiempo –como el cambio de año y el cumpleaños– son oportunidades de reiniciar.
Algunos pueden reinventarse, que es lo que ocurre cuando cambiamos drásticamente de rumbo.
Hoy, afortunadamente vivimos tanto tiempo, que todos tenemos la oportunidad de reinventarnos unas cuantas veces a lo largo de nuestras vidas.
Aunque pensemos que lo hemos hecho muy mal, no nos neguemos la posibilidad de corregir a partir de aquí.
No es una frase hecha esa de que el futuro empieza mañana.
Y como sabemos por la canción que “mañana nunca llega”, eso que nos parece deseable hacer a partir de mañana, mejor empecemos a hacerlo desde hoy.