El delirio de grandeza se cura con las reencarnaciones: uno vuelve y vuelve, y comprueba que ya nadie se acuerda de uno: mejor se hubiese quedado en su casa de la otra vida.
La reencarnación es el servicio de mudanzas del espíritu, pero, como siempre, el camión de la mudanza se equivoca y nos deja tirados los muebles del alma en un cuerpo equivocado o en un objeto vitando –como una “canción” de Luis Miguel–. Todo iría mejor si la transmigración nos permitiese llenar bien el casillero del futuro.
Las “canciones” de Luis Miguel ocurren cuando el buen gusto se va con la música a otra parte. (Este párrafo fue una digresión).
No sabemos qué nos aguarda en el futuro, pero, si no hay reencarnación, no nos aguarda ni el futuro.
Lo malo de la reencarnación es que uno no recuerda bien qué ha sido en otras vidas, de modo que, sin saberlo, pagamos ahora las maldades que cometimos antes de dar la vuelta en la esquina de la muerte.
Así, por ejemplos, Toña la Negra se reencarnará en Gloria Estefan; y el crítico, en poeta –y viceversa–.
Claro está, hay excepciones, y alguien puede reencarnarse en lo que más ha amado: en lo que convirtió su vida en una experiencia enriquecedora , como un diputado que se reencarne en la deuda política.
Según James Frazer, ciertos salvajes tienen una “fe inquebrantable” en que el alma de un animal cazado pasa a otro que cazarán nuevamente: viajera en un carrusel de mala suerte cuyos boletos parece haber comprado esa alma inquieta ( La rama dorada , cap. XXIII).
Como fuere, esas cosas de trasmundo siempre intrigan, aunque a veces falle el ectoplasma y los aparecidos no aparezcan, y aunque la investigación del cerebro haya precisado ya las zonas que, estimuladas, nos hacen percibir visiones y oír voces; o sea, nos hacen entrar en lo que se llama “síndrome de Dostoyevski” o “epilepsia extática”.
Mirada desde el mundo de la fantasía, la ciencia es como aquel vecino que, en lo más ardoroso de la fiesta, quería explicarnos cómo funcionaba el tocadiscos. Sin embargo, no está de más saberlo cuando quieran vendernos otro.
Los biólogos ya han descubierto las verdaderas y parciales reencarnaciones, pero en los hijos.
En El cerebro ético (cap. III), el neurólogo Michael Gazzaniga ofrece datos que inducen a pensar que los hijos reciben genes causantes de tendencias a “copiar” –de sus padres– 1) niveles y tipos de inteligencia y de habilidad; 2) rasgos de personalidad (apertura, extraversión, minuciosidad, afabilidad y neuroticismo), y 3) peligros de desarrollar enfermedades mentales.
Por otra parte, las tendencias nunca son fatalidades. El ambiente y nuestra voluntad son los otros dos invitados a nuestro futuro.