El unicornio es el florero de la mitología: nadie sabe para qué sirve. Al menos, el florero sirve para ver cómo se marchitan las flores que regalamos con ilusiones que se marchitarán después. De muy poco sirve el unicornio: si fuese paraguas, se aburriría en Lima; si fuera mujer, sería “modelo”; si fuese matón, sería militar; si fuera político, bostezaría como vicepresidente.
Antes (y no mucho antes), los dioses servían para conducir a los incautos a las guerras justas; es decir, las que se ganaban. El problema era que a veces se perdían las guerras, y los dioses derrotados hacían tremendo papelón hasta la próxima guerra pues las guerras siempre han sido muy útiles para revivir ilusiones y para rematar gente.
Al unicornio, el simple hecho de ser inexistente no lo exime de buscarse una utilidad imaginaria.
El ensayista colombiano Andrés Holguín cita cuatro mitos sin oficio conocido ( Las formas del silencio , p. 141). Son como los vagos del barrio, decididos a que no se les desencuadren las esquinas.
Aquellos seres son el unicornio, la sirena, el dragón y el centauro. Todos poseen la condición de híbridos de especies, de montajes dalinianos habidos en sueños delirantes. Así, la sirena es una María Félix que no se decide a emerger de una alberca, y el centauro es un engendro cervantino en el que don Quijote pasea sobre Sancho Panza.
No sabemos de dónde provienen los unicornios, pero ya Aristóteles los menciona en su Historia de los animales (III), libro que –valga precisar– no es parte de su Política . La Biblia Vulgata traduce ‘unicornis’ donde la moderna Biblia de Jerusalén solo pone ‘búfalos’ ( Salmo 22).
El unicornio se perdió en el camino del estrecho de Bering pues no hay representaciones de él en el viejo arte americano. Esto prueba que solo imaginamos lo que hemos visto, aunque después armemos sus piezas en un ser de fantasía.
Aun así, el pirata John Hawkins (s. XVI) aseguró que indígenas de la Florida llevaban collares de cuerno de unicornio; esto “probaba” la existencia de leones pues los leones comen unicornios (Antonello Gerbi: La disputa del Nuevo Mundo , cap. III). Hawkins creía en la inferioridad mental de los americanos, pero su raciocinio nos devuelve la confianza en nosotros mismos.
Algunos no fantaseaban bien y suponían que los peces narvales eran los unicornios, pero los crédulos más serios postulan que los unicornios son la versión alígera de los rinocerontes de uno o dos cuernos.
Acaba de morírsenos el último rinoceronte negro, y él se llevó parte de la verdad del mito. Los unicornios, que no sirven, que sirvan para recordarnos a su apacible abuelo, que pastaba ayer, no más, en la sabana de nuestra madre África: de ella somos todos, hasta los mitos.