“Apacentando un joven su ganado, / gritó desde la cima de un collado: / ‘¡Favor! Que viene el lobo, labradores’. / Estos, abandonando sus labores, / acuden prontamente / y hallan que es una chanza solamente. / Vuelve a clamar, y temen la desgracia; / segunda vez los burla. ¡Linda gracia!, / pero ¿qué sucedió la vez tercera? / Que vino en realidad la hambrienta fiera. / Entonces el zagal se desgañita, / y por más que patea, llora y grita, / no se mueve la gente escarmentada, / y el lobo le devora la manada. / ¡Cuántas veces resulta, de un engaño, / contra el engañador el mayor daño!”.
Esta fábula fue escrita por Félix María de Samaniego en 1745. Varios autores anteriores a él la habían difundido durante el siglo XV, pero, en realidad, es obra del griego Esopo ( circa 600 a. C.). Incluso, Aristóteles utilizó la moraleja casi tres siglos después: “El castigo del embustero es no creerle aun cuando diga la verdad”. No obstante, esta lección no se aplica a muchas especies, en particular a los políticos y a sus ingenuos “fans”.
En resumen, trampas, engaños, camuflajes, imitaciones, falsificaciones, exageraciones, sofismas y sus sinónimos son mentiras que utilizan las especies como estrategias para sacar ventaja y tener éxito reproductivo. Por tanto, entendida como una acción que oculta o tergiversa la realidad total o parcialmente y que se espera que sea interpretada como verdadera, la mentira es, en todas sus formas, un mecanismo de selección natural que trabaja durante la evolución de las especies.
Artimañas. Por ejemplo, la araña bolera engaña a las polillas macho liberando “aromas” que imitan a las feromonas sexuales de las polillas hembra. Los ingenuos galanes atraídos por tan “ardiente olor”, vuelan hasta la mortal red, donde, atrapados, sirven de alimento para la astuta araña.
Cual femme fatale , la hembra de la luciérnaga Photuris versicolor cautiva a los machos de otras especies de luciérnaga, emitiendo destellos de luces. Cuando los “deslumbrados” pretendientes se aproximan a la luciérnaga versicolor, ella los embiste y devora sin piedad.
Los saltamontes de la especie Chlorobalius leucoviridis atraen a las chicharras macho por medio de danzas y cantos que imitan a las chicharras hembra. Los machos, seducidos por los sortilegios y cantos “de sirena” del impostor, arriban como encantados marineros hasta el saltamontes, que los torna en manjar para sus mandíbulas. “¡Oh, falso amor, pocas veces das placer y muchas más dolor...!”.
Los pájaros cucú son los maestros del engaño. Por medio de una versión maquiavélica del Patito Feo, el cucú bronceado de Australia pone un huevo camuflado junto a los huevos de otras especies de aves sin que estas se percaten, por lo que incuban la postura del intruso con devoción. El polluelo de cucú eclosiona del huevo antes que sus pseudohermanos, lo que permite que el intruso saque los huevos restantes del nido. Una vez hecho esto, el polluelo invasor ajusta sus llamadas al tono y acento requeridos para que los cándidos padres postizos lo alimenten y cuiden como hijo de su propia estirpe.
Muchos microbios usan triquiñuelas para engañar al hospedero. Toxoplasma gondii es un parásito potista que cumple su ciclo de vida entre roedores y felinos, aunque puede infectar a otros animales, incluidos humanos. Cuando los gatos se comen a los ratones o ratas infectadas, el parásito se libera en el intestino de los felinos, donde se reproduce para después excretarse en las heces, las que a su vez contaminan a otros roedores, perpetuando así el ciclo.
La artimaña del toxoplasma se inicia cuando invade el cerebro de los roedores induciendo cambios de comportamiento en estos animales. Mediante una ingeniosa treta, el toxoplasma manipula los mensajeros químicos del cerebro y provoca que los roedores pierdan el miedo a los gatos e incluso que se sientan atraídos por la orina de los felinos. Esta treta beneficia tanto al gato como al toxoplasma ya que el parásito persiste en este ciclo.
Los monos y simios también mienten. Algunos monos capuchinos de bajo rango dan chillidos de falsa alarma al estilo de “¡Cuidado, que viene el lobo!”. Aprovechando la huida de la tropa por el miedo, el mendaz mono hurta la comida abandonada.
Ante la presencia de una hembra de chimpancé en celo, los machos de menor rango despliegan erecciones, las que ocultan mustiamente con la mano al ver que el macho dominante se aproxima, artimaña que los salva de una buena paliza. De manera similar, cuando ciertas hembras de chimpancé copulan con machos de alto rango, gritan “a placer”, pero, cuando lo hacen con individuos de bajo rango, guardan “prudente silencio” para no ser descubiertas por el macho dominante. “¡La verdad oculta es la más sutil de las mentiras!”.
Mentir es humano. Sin embargo, ningún animal es tan mentiroso como el humano; en él, la mentira se manifiesta en todas sus formas, en especial a través del lenguaje. Aunque el “no mentirás” grabado en piedra se califica de pecado, la verdad es que la vida en sociedad es posible gracias a las mentiras.
Mentir es más un destreza y una condición que un pecado, y para esto se requiere talento. Desde dar las gracias por un regalo insulso hasta ocultar la verdad de los celos que desgarran el alma, son eventos necesarios para la convivencia armoniosa y pacífica entre las personas, y, por tanto, garantizan la supervivencia de la especie (y la decencia).
Sin embargo, la facultad de descubrir la mentira y al embustero es también un talento, y, por esto, un mecanismo alternativo de selección natural. El embustero debe comprender que “su estado mental” –que incluye creencias, deseos, intenciones, etc. –puede ser comprendido por otras personas, las que también tienen creencias, deseos e intenciones que corresponden a estados mentales parecidos, pero diferentes de los de él.
El mentiroso debe ser capaz de evaluar su propio estado mental así como el de los demás; es decir, debe “saber que los otros no saben lo que él sabe” y tener la habilidad para crear falacias que difieran de sus creencias sobre los hechos, las que requieren ser producidas de tal forma que no despierten sospecha.
En esencia, la mentira es la “teoría de la mente” en acción, por lo que el mentiroso debe construir elementos temporales y espaciales así como verbales y no verbales congruentes con la mentira.
La capacidad de mentir y percibir los embustes parece tener tanto componentes innatos como aprendidos, y el progreso cognoscitivo de los niños está relacionado con su capacidad de crear falacias y descubrirlas. En general, antes de los tres años, los niños carecen de habilidades para mentir y descubrir mentiras. Estas facultades se mejoran junto con el desarrollo lenguaje y alcanzan su pináculo en la adolescencia (pregunten a los padres), y solo se perfeccionan con el tiempo pues mentir requiere habilidades cognoscitivas y culturales complejas. Esto ubica el origen de las grandes mentiras a unos 40.000 años, cuando –se calcula– surgió el lenguaje complejo.
Entonces, queda claro que, para mentir y perpetuar mentiras, no solo hay que tener talento, sino buena memoria. Ergo, solo los tontos pueden darse el lujo de decir siempre la verdad y de no entender las fábulas, los chistes, la poesía ni las letras de las canciones:
“Es mentira que nunca te he mentido, / es mentira que no te mienta más; / es mentira que un bulo repetido / merezca ser verdad” ( Es mentira , de Joaquín Sabina).