En este oficio de editor, lo más importante no es hacer libros, sino deshacerse de ellos. Los libros son una propuesta que se cumple cuando los lectores nos los quitan –los compran–, se los apropian y los leen. Deshacernos de ellos requiere acciones eficientes de distribución y venta, lo que empieza por escoger y hacer buenos libros, significativos y agradables a los lectores.
Bibliodiversidad. La edición mundial vivió cambios radicales durante la segunda mitad del siglo XX. Las editoriales culturales tradicionalmente desarrollaban catálogos con muchos libros de salida lenta, y unos pocos de ventas voluminosas y constantes, que sostenían a los primeros.
Grandes consorcios de comunicación compraron y absorbieron a esas editoriales y, urgidos de recuperar sus inversiones, generaron el fenómeno de los bestsellers , títulos que se agotan velozmente tanto de los anaqueles de las librerías como de la memoria de los lectores.
Para que ese modelo funcione, la producción debe seguir la lógica industrial de la fabricación a escala y de que cada libro sea exportable planetariamente dentro de los límites de su idioma.
Vivimos una banalización cultural exportable, una globalización bibliográfica que nos obliga, en legítima defensa, a la bibliodiversidad .
La diversidad cultural solo es posible cuando los libros son significativos para los lectores locales y extranjeros porque expresan la inteligencia, la creatividad y la sensibilidad propias de su cultura y de los autores locales.
Decisión editorial. Además de significativos, los libros que los editores seleccionamos deben agradar y enriquecer a los lectores por su calidad literaria. Aquí es donde ser editor se hace difícil porque equivocarse es fácil.
Del error no nos previenen los consejos editoriales ni los dictaminadores con sus criterios sabios para aprobar, recomendar o rechazar obras. Nadie iguala la sabiduría del público, juez indiscutible y final, convertido en mercado del libro por la divina gracia de la realidad.
Ni modo: en el medio está la decisión del editor, basada finalmente en su intuición y en su experiencia, que lo harán responsable de los fracasos, pero difícilmente de los éxitos, con toda justicia pertenecientes a los autores.
En cualquier país, la subsistencia condiciona al editor, pero en Costa Rica y en Centroamérica lo ahoga con espectacular sadismo y lo amenaza con convertir algunos proyectos en editoriales de cabaret .
En palabras del mítico Jorge Herralde, de Anagrama, el editor es una especie de mutante entre cultura y comercio, por lo que debe sorprender al público con nuevas propuestas y con valores que no deseaba, que no sospechaba que podían existir y que ni siquiera le hacían falta. Editar también es esencialmente una labor creativa.
...Pero hay que venderlos. Esto es cierto para toda editorial, y lo es más, por supuesto, para una pequeña, privada, independiente y en lucha diaria por sobrevivir. Las principales librerías nacionales y las más nuevas y grandes en Centroamérica han evolucionado hacia el modelo surgido también en la segunda mitad del siglo XX, de manera que se orientan a vender muchos ejemplares de pocos títulos.
Cada espacio de exhibición en sus establecimientos tiene un costo que esperan recuperar con ventas frecuentes; pero, muy a nuestro pesar, no funciona la lógica de que unos títulos “populares” sostienen a otros de gran valor cultural.
Nuestras propuestas culturales no necesariamente gozarán de la misma fe y ni del pálpito con los que nos atrevemos a publicarlas.
Por otra parte, las librerías de las comunidades son bazares con un mueble para libros, pero van desapareciendo –o al menos el susodicho mueble–, desalentadas por las prácticas desleales de algunas empresas de textos didácticos que las han expulsado del negocio y llevan sus textos directamente a los centros educativos. Se ha debilitado gravemente el papel cultural de esa enorme red de pequeños comercios.
Llegar a los lectores. Este es nuestro principal rompecabezas. Convencerlos de que compren nuestros libros no solo tiene que ver con su calidad literaria y gráfica, sino también con los precios. Aunque sean bajos, siempre se nos reclamará que “son altos”. ¿Altos?
Dos pizzas medianas de 9.000 colones se perciben más baratas que un libro de 8.000, y esta ilusión es reflejo de la gran capacidad mercadotécnica de los fabricantes de tortas italianas y de nuestra torpeza contrastante.
Tampoco ayuda un sistema tributario que esconde y disimula impuestos. La Ley del impuesto de venta s exonera los libros. En la librería no se cobra ese 13% que hoy el gobierno propone elevar al 14%, y el libro importado tampoco lo paga en las aduanas.
No obstante, en muchos casos, la empresa especializada en el libro nacional sí paga el impuesto cuando compra el papel y otros insumos, que no puede deducir mediante el crédito fiscal porque solo vende libros. En nuestra editorial, Uruk, en una edición típica de 300 ejemplares, pagamos cerca de un 2,5% de impuesto de ventas.
La Ley de derechos de autor obliga a entregar nueve ejemplares de cada título producido en el país a bibliotecas y organismos públicos, pese a que el depósito legal está incluido en la Ley de imprenta .
Todo ello es una confiscación arbitraria y discriminatoria. Nueve ejemplares de una edición de 300 equivalen a un 3%, y las ediciones literarias normalmente no pasan hoy de 300 ejemplares.
El proyecto de ley del IVA –actualmente en la Asamblea Legislativa– mantiene dicha ficción; peor aún: grava los derechos de autor, la revisión filológica, los diseños, las ilustraciones y otros gastos.
Como promedio, el impacto en el precio final podría ser de un 3% a un 5%. Añadido tal impacto a los antes mencionados, todos implicarían un impuesto real y oculto situado entre un 7% y un 11%.
Fotocopias. Si las dificultades anteriores convierten la venta de libros en una hazaña, nada se compara con la frustración que vivimos cuando alguno de nuestros libros se fotocopia masivamente.
Esa violación al derecho de autor por lo general se justifica con el interés superior de la educación de nuestros muchachos, como si precisamente no fueran ese interés y el desarrollo cultural las razones de ser de nuestro oficio editorial.
No obstante, ya ven, uno sigue publicando, siempre esperando que algún título sea como una botija mágica, que algún autor sea apreciado en otros continentes, que en cada barrio haya títulos de nuestras colecciones, que muchas bibliotecas se abastezcan con literatura propia, y que las nuevas tecnologías lleven por el mundo la palabra local. ¿De dónde nacen estas ilusiones? Lo explico con una anécdota.
Una niña identificada como María llamaba por cobrar. No acepté; era número equivocado, pero insistió y contesté para aclararle su error. Preguntó por Carmen y persistió a pesar de mis aclaraciones: “Pero aquí, en este libro, dice ese teléfono”.
Empecé a entender cuando la niña mencionó Los cuentos de mi tía Panchita y añadió que buscaba a Carmen Lyra para hablarle de esos cuentos de los que tanto disfrutaba junto con su amiguita en una pequeña comunidad rural de El Guarco, Cartago.
EL AUTOR ES DIRECTOR DE LA EMPRESA URUK EDITORES.