Una de las virtudes de recordar es que los innumerables cortometrajes de nuestras vidas se reproducen bajo soundtracks aleatorios. Al menos eso creía Tennessee Williams, quien afirmaba que toda memoria acontecía con música.
En la primera edición de Asfalto (un road poem), de Luis Chaves (Editorial Perro Azul, 2006), se escuchaba Wild Thing (The Kinks) de fondo. Era un poema largo, alimentado por flashes de carretera, era próximo y era feroz. Seis años después, la memoria sintoniza una música que no está más en la radio y, bajo la Colección Bartleby, de Ediciones Lanzallamas, Asfalto es una novela.
Ante la impecable presentación del editor Juan Murillo, nos convencemos de que esta prosa es algo que desechábamos. Nos queda el consuelo de Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no entramos pues somos y no somos los mismos”. Nadie como él podría explicar el paso del tiempo con tanta ambiguedad y a la vez tanta precisión quirúrgica. Nos pasa y le pasa a lo que leemos. En muchas ocasiones, distraídos por la música, los recuerdos y los libros adquieren otra densidad.
Luis Chaves no cambia de género. Luis Chaves es más viejo, y esto no es una cuestión de tiempo: es una cuestión ética. Sobre el argumento formal que puede sostener este tránsito, está el visible cambio en su perspectiva de mundo y la visión de sus más constantes lectores: lo que fue una memoria inmediata, susceptible a reproducirse en una colección de fragmentos de un viaje por la Interamericana, es ahora una gesta del pasado que exhibe la nostalgia como atributo. Tal vez por eso, el libro está dedicado a su amigo y primer editor, Carlos Aguilar: porque media década ya es el pasado.
En su ensayo Más allá de la sospecha , sobre la ficción norteamericana desde 1960 a nuestros días, el crítico Marc Chénetier dice de On the Road, la novela de Jack Kerouac: “Coloca a la ficción en el mismo diapasón de las otras artes; la música y la pintura, en el momento del bop de Charlie Parker y del all over de Jackson Pollock”.
Sin despojar a Kerouac de su halo salvaje, Chénetier aleja a On the Road de aquella opinión extendida entre sus fieles que sugiere que la novela es un producto nacido de la espontaneidad emocional. Le da la justa proporción de un arte que no se circunscribe exclusivamente al ejercicio narrativo, sino que tiene un aporte gráfico y rítmico que define a una generación.
Asfalto es vista de la misma manera: una sucesión de acordes o de imágenes que bien podrían terminar en una melodía, una exposición o una película, bajo los cánones estéticos de alguien que insiste en editar y corregir. Es como Chaves mismo la llama “el electroencefalograma de una novela”: una estructura abstracta resuelta en una solución gráfica, una suerte de videoclip que es el largometraje de su tiempo. Entre los ácidos, el DJ tecnodenso, el FOC (Folklore Onomástico Centroamericano) y el calendario de las chicas Pilsen, Chaves ahora carga sobre sus hombros el peso de haber escrito una novela generacional.
Hay varios síntomas un tanto equívocos de que algo de la estética beat está aún latente: el culto a la figura de Roberto Bolaño; el protagonista de la película París-Texas, de Wim Wenders, en una búsqueda identitaria en la frontera entre Estados Unidos y México; y la constancia del registro fotográfico de Magnum. Con ellos comparte Asfalto su capacidad documental, esta vez en ese particular ejercicio de (de)construcción cartográfica de una idea de país y de una idea de relación.
La tesis de Murillo que insiste en la pulcritud del autor como observador de nimiedades, nos sugiere caer en un tercer género. Chaves lo refuerza en Por el retrovisor : todo es autobiografía. El viento chocando contra las manos y la cara, es la velocidad con la que se diluye una relación; la sugerencia insistente en que sea el mar, es la forma desesperada por darle peso.
Como Clarice Lispector en La Pasión según GH : “la distancia entre un segundo y otro segundo” es definitoria, también lo es sobre el asfalto. Son Él y Ella confinados en el carro para extender un “Ellos”.
Él y Ella, tratando de sintonizar una melodía única, terminan por cerrar un ciclo, que es también la conclusión de nuestra juventud. Es así como un poema se convierte en una novela, porque la música de fondo es demasiada.