Llega El niño con el pijama de rayas

 Hoy se estrena una película inglesa no solo emotiva, es también un documento de solidaridad humana, un canto a la amistad por encima de los odios innecesarios Por Wílliam Venegas S.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Hay películas que saben llegar al corazón. Hay películas que nos descubren, con su relato y con amor, el sentido de lo humano y el gran valor de la amistad por encima del odio. Este es el caso del filme inglés (en coproducción con Estados Unidos) titulado El niño con el pijama de rayas (2008), dirigido por Mark Herman.

Su tema es de importante validez histórica. Para comprobarlo, registremos rápidamente su argumento. La trama sucede en Berlín, en 1942. Bruno, de ocho años, es el hijo mimado de un oficial nazi.

Al ascender su padre, militarmente, la familia se ve obligada a abandonar su confortable casa de Berlín y trasladarse a una zona aislada donde el solitario chico no tiene nada que hacer ni nadie con quien jugar.

Muerto de aburrimiento y atraído por la curiosidad, Bruno hace caso omiso a lo que su madre le dice. Es que la mamá le insiste en que no debe ir más allá del jardín bajo ninguna circunstancia.

Sin embargo, él no hace caso y se dirige hacia la ‘granja’ que ha vislumbrado a la distancia. En realidad se trata de un campo de concentración y de exterminio de judíos. Allí conoce a Shmuel, chico de su edad que vive una extraña y paralela existencia al otro lado de una alambrada.

El encuentro de Bruno con el chico del ‘pijama de rayas’ (por su uniforme de prisionero) lo lleva a adentrarse de la forma más inocente en el mundo de adultos que los rodean: unos son carceleros, otros son prisioneros que han de morir en las cámaras de gas.