Con su cara de José Saramago – ahora, trotamundo de otros mundos–, la tortuga va cortando la manigua del aire. Algo malo habrá vislumbrado a lo lejos, y ya no le conviene llegar; o tal vez ya lo ha visto todo pues vivir doscientos años en el tiempo es como terminar caminando en círculos en el espacio.
La tortuga es el cucú que saca la cabeza del caparazón para dar una hora cada siglo. En la geometría del tiempo, la tortuga es la distancia más larga entre dos puntos.
Parece mentira que la tortuga haya sido una ninfa griega, pero debemos creerlo pues todo puede ocurrir en la mitología ya que es falsa.
Las ninfas eran diosas de menor cuantía; o sea que no pasaban de los cuartos de final en el Olimpo.
Las ninfas eran demasiado numerosas, lo que devaluaba un tanto su condición divina. Aún así, la suya era una ocupación muy codiciada, y, en los años 40 de la Antigüedad, las madres decían a sus hijas pobres pero honradas: “Serás lo que debas ser o, si no, serás ninfa”.
Cierto día, Zeus y Hera decidieron regularizar su situación y convocaron a todos los dioses y a todos los seres humanos a su boda.
Quien no acudió a la corte celestial fue la ninfa Quelone, por pigricia (pereza) o por mal entendido orgullo republicano. Para castigar su desacato, el dios Hermes lanzó a Quelone con su casa a un río, donde evolucionó de pronto hasta convertirse en la primera tortuga de la que la imaginación tiene memoria.
La casa de Quelone se convirtió en su caparazón, estadio techado para un solo jugador. De Quelone deriva quelonio . Este caso enseña cómo la ciencia de la etimología se da la razón a sí misma.
Las tortugas son seres extraños, pero esto les pasa a todos. Ellas intrigaron a los chamanes, personas tan autosuficientemente equivocadas que dan ganas de seguirlas.
En La rama dorada (cap. LII), Sir James Frazer revela que chamanes caribes vetaban el comer tortugas para que nadie adquiriese su lentitud –prevención que, entre nos, compartían las tortugas–.
La tortuga es tan longeva que, en vez de observarla para averiguar la evolución de las especies, Darwin debió preguntarle cómo ocurrió aquello. La tortuga es, al fin, solo un animal metafísico con facha terrena; es decir, como nosotros.