Hacia el año de 1790, al ilustre George Washington lo perseguía la fama como si esta fuese un mayordomo propio de los caballeros del Sur. Los mayordomos despertaban al señor, le interrumpían la lectura y le anunciaban las visitas; es decir, los mayordomos eran los celulares de antes de los caballeros del Sur.
Lo más incómodo ocurría cuando los mayordomos anunciaban las 5 p. m. para tomar el té en Virginia, pero con la hora de Londres.
Washington había dejado la Presidencia, mas no había vuelto al anonimato. Este retorno debería ser propio de hoy: para reactivar la industria textil, solo bastaría que, sobre casi todos los políticos, echásemos un manto de olvido.
La calumnia suele ocuparse de los héroes porque la mentira se levanta así sobre un pedestal más alto. George Washington ganó batallas, mas nunca vencerá a las guerrillas del chisme. Se le atribuye falsamente el haber cohabitado con esclavas y hasta el haber engendrado hijos en ellas; no lo hizo, pero sí Thomas Jefferson, pese a la desmesura de su superioridad intelectual sobre George Washington.
Ambos sufrieron una angustia presartreana frente a la esclavitud, que despreciaron, pero que aprovecharon. Para ellos, ante las vanas promesas de libertad, los esclavos tenían el derecho a la paciencia. Los esclavistas creían que si los esclavos no eran parte de la solución, entonces eran todo el problema.
Un joven imitó el nombre de uno de los próceres y se llamó George Washington Carver. Su madre, secuestrada y muerta, le legó una rica herencia de desventajas: ser huérfano, esclavo y negro, pero algunas familias de raza blanca y su admirable esfuerzo lo convirtieron en un legendario botánico e inventor.
Carver ayudó a reconstruir el Sur cuando enseñó el modo de recuperar tierras agotadas por el monocultivo, y del humilde maní extrajo productos industriales que facilitaron la vida; y más.
Ya que importa sin que importe, añádase el decir que Carver fue homosexual. Ha de imaginarse así la montaña que debió subir cuando otros iban silbando por los llanos.
Modesta y sabia, y –obvia redundancia– pobre, la vida de Carver confirma esta sentencia de don Eugenio d’Ors ( Diccionario filosófico portátil ): “Todo pasa; pompas y vanidades pasan; una sola cosa te será contada, y es la Obra Bien Hecha”.