Raúl Mora es vulcanólogo y cada dos semanas va al Poás con el fin de tomar muestras. “Si uno visita el volcán y empieza a conocerlo, puede llegar a entender los cambios que se producen. Nuestros volcanes por lo general avisan”, comentó Mora.
Esos estudios le permitieron realizar un mapa de amenazas volcánicas que será insumo para elaborar planes de emergencia.
En el mapa se señalan tanto las amenazas (ceniza, lahares, coladas de lava y flujos piroclásticos) como las zonas que se verían afectadas. En los próximos meses se dará a conocer este documento a las comunidades que se encuentran en el macizo.
Un volcán vivo. Para Mora, la ceniza es la mayor amenaza. Si el volcán alcanzase una columna de ceniza de cuatro kilómetros de altura, el tránsito aéreo se vería interrumpido. Además, la ceniza es un abrasivo que puede dañar el motor de los carros y, por los vientos, puede viajar distancias de 40 kilómetros.
“El Poás está muy activo desde el 2005. El lago está secándose, y, cuando esto pasa, hay más problemas de lluvia ácida y mayores erupciones freáticas (columnas de agua y lodo en la laguna cratérica). No pensamos en una erupción mayor, pero por eso estamos vigilándolo”, dijo Mora.
El ser un parque nacional ayuda, en cierta medida, a la gestión del riesgo. Según Juan Dobles, administrador del parque, se cuenta con un protocolo desde hace dos años, y ya se ha puesto en práctica.
“El Sistema de Comando de Incidentes (SCI) nos dice cómo están distribuidas las responsabilidades entre los funcionarios. La persona que está en el cráter debe reportarse a la oficina, y entonces se activa el plan. Se demarca la zona y se empieza la evacuación”, dijo Dobles.
Dobles señaló un aspecto que puede mejorarse. “Lamentablemente, y le soy sincero, el visitante, cuando entra en el parque, no tiene información apropiada. Me da pena decirlo, pero es una debilidad que tenemos porque el visitante debería conocer qué hacer en caso de emergencia”, dijo.