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Quizá haya hermosura en la pobreza (claro está, siempre que uno mismo no sea pobre). “No lo creo; no existe esa belleza en la realidad, pero el pintor puede imaginarla dándole los colores y la vida que no tiene la miseria”, opina Álex Lluent, artista español residente en Costa Rica, quien ofrece la exposición
Lluent expone doce cuadros ambientados en mercadillos y en precarios –“chabolas” dice hispanamente– de Costa Rica y Nicaragua, donde la pobreza puede al fin derrochar algo: color.
Junto a esas obras, Álex expone siete pinturas en formato más pequeño, en los que dominan los tonos grises y tierras; retratan paisajes hibernales de La Mancha, de ventisca y nieve que solo habría podido afrontar nuestro padre don Quijote.
Todas las obras se pintaron en los años 2010 y 2011, y con espátula y acrílico. Se exhiben en el Hotel Beacon, en Escazú.
“Era un arte intuitivo, de mediados del siglo XX. No aludía a la realidad exterior, sino a sensaciones, y aplicaba la pintura matérica, que enriquece las texturas con arena, polvos de mármol y
Los cuadros del primer Lluent brindaban signos, manchas,
Con el tiempo, el informalismo dejó que Álex prosiguiera su camino hacia otras tierras de la pintura, y él se paseó entonces por los paisajes de España, por los retratos y los bodegones.
Lluent se pensionó de un empleo público y salió de su país en busca de otras sugerencias para su arte. Le gustó Costa Rica porque se tiñe con la calidez del mar Caribe: “También porque es más pacífico que otros lugares y porque tiene un orden social más equilibrado”, precisa.
Lo que fue una estancia de unos meses se ha tornado ya en una residencia de siete años. “Deseo pasar aquí el máximo de tiempo posible”, confiesa. Desde Costa Rica, Álex viaja a países cercanos en busca de paisajes. La inspiración parece esquiva, mas solo se esconde de quien no la busca.
“Al llegar a Costa Rica, me interesó tanto el paisaje que cambié a la inversa de otros pintores, quienes empiezan con los paisajes y acaban en la abstracción”, describe Álex.
“Cuando llegué a Costa Rica comencé a pintar playas: lo que más me atraía como el turista que era entonces. ¡Son playas lindas! Recuerdo Manzanillo, Tortuguero y Puerto Viejo... Me ganaron sus cielos cuando está por atardecer”, añade.
“Después conocí los tugurios y los mercadillos que estaban dentro de la ciudad donde yo vivía”, dice.
“En Costa Rica quedé impresionado por la luz y el color en el paisaje y en los cielos, y por el contraste, terrible, con el aspecto de esa urbe improvisada que se extiende con voracidad en los márgenes de los ríos, a orillas de carreteras y en las zonas urbanas”, escribió una vez.
“Yo pensaba: ‘¡Qué gris es todo! ¿Por qué no le damos algo de vida?’. Entonces comencé a trabajar en temas que llamo ‘arquitectura de la pobreza’ y en trasladarle los colores que había recogido en el Caribe”, explica Lluent.
Por su parte,
El irónicamente tranquilo
“El azul ultramar, que se ve en
El pintor revela que “memoriza” los lugares mediante fotos tomadas con teleobjetivo.
Estos paisajes se exponen por primera vez, y al artista le gustaría que la gente que vive en las chabolas tropicales se acerque a contemplar los retratos imaginarios de sus casas.
Para Lluent, estos cuadros vibran en los límites de la abstracción. “Es una pintura cercana a los inicios del siglo XX, cuando empezaron las vanguardias, como el fauvismo y el expresionismo”, revela Lluent.
¿Hay aquí alguna influencia de los
En sus cuadros, las proporciones son exactas. Uno les quita el color, y aparece la sombra, que es la realidad.
Alguien le ha encontrado influencia del Paul Cézanne de las “montañas”. “Él es uno de los grandes y me ha atraído mucho: su cromatismo, su vitalidad”, explana Lluent.
Su proyecto es continuar con este tipo de “estructuras”, añade Álex Lluent, quien roba la joyería cromática del Caribe para donársela a la pobreza de las ciudades.