Con una asistencia entusiasta que, según dice la sojuzgada prensa local, excedió el 80% del padrón electoral, la ciudadanía iraní acudió a las urnas, el viernes, para escoger un nuevo presidente. El cambio del actual mandatario, el controversial Mahmud Ahmadineyad, por una nueva figura que le imprima un rumbo más acertado al país, sobre todo en el ámbito económico y en la política exterior, ha sido un acontecimiento ansiosamente esperado por los iraníes.
La desalentadora coyuntura actual es, en mucho, el resultado de conductas irresponsables del mandatario saliente. Hace cuatro años, Ahmadineyad consiguió reelegirse mediante un proceso altamente cuestionado y generador de una severa agitación en todo el país.
En el 2009 hubo postulantes moderados y reformistas. Estos últimos provocaron malestar en los recintos del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, quien decidió que era mejor un mal conocido –Ahmadineyad– que los restantes candidatos, a juzgar por la turbulencia que eran capaces de provocar.
En ese entonces, la victoria ficticia de Ahmadineyad fue comunicada al país cuando aún largas filas de votantes aguardaban turno para ejercer el sufragio. La ola de furia generalizada devino en una experiencia aterradora para Jamenei, quien sintió su mando absoluto amenazado por estudiantes y jóvenes profesionales, ejes de la insurgencia que parecía adueñarse del país.
Superada aquella crisis, los últimos cuatro años no han sido de feliz colaboración entre Ahmadineyad y Jamenei. Por el contrario, han salido a la superficie dificultades, trazando un cuadro de creciente molestia del líder supremo. Incluso, en algún momento se creyó que Ahmadineyad tenía los días contados. No obstante, los esfuerzos de Jamenei han sido, sobre todo, para realinear su entorno burocrático y perfeccionar los mecanismos institucionales que le permiten ejercer el poder total en Irán.
A este respecto, no debe confundirse la autoridad del presidente con la que posee el líder supremo. Así, por ejemplo, las Fuerzas Armadas, las organizaciones paramilitares, el sistema judicial, el sistema electoral, los medios de comunicación, el nombramiento de ministros y altos funcionarios de las carteras de Relaciones Exteriores y de Inteligencia, entre muchísimas otras facultades, conforman el portafolio del líder aupremo. Su influencia en el país es absoluta, como la que tuvo el ayatolá Ruhollah Jomeini, fundador de la República Islámica de Irán. Otra imagen que a menudo evoca es la de Stalin, por su autoridad indisputable en la difunta URSS.
En materia electoral, cabe destacar el Consejo de Guardianes de la Constitución (CGC), de 12 integrantes, también designados por Jamenei, de los cuales seis son teólogos, y otro tanto, juristas. A este organismo, subordinado al líder supremo, le corresponde integrar y supervisar la nómina de candidatos presidenciales. También tiene autoridad final para depurar el padrón de 50 millones de votantes. En la presente justa electoral, con más de seiscientos postulantes a la presidencia inscritos en los últimos meses, el Consejo los redujo a ocho, al tiempo que dos de ellos renunciaron, lo cual dejó una lista final de seis candidatos. Si ninguno de ellos hubiera obtenido el 50,1 % de los votos, se procedería entonces a una segunda ronda, una semana después.
Sin embargo, los resultados oficiales, anunciados ayer sábado, dieron la victoria al clérigo moderado Hasan Rohani, presidente electo con más del 52% de los votos emitidos. Los otros cinco aspirantes recibieron porcentajes distantes, entre 30% y menos. Rohani prometió mejorar la situación legal de las mujeres, liberar prisioneros políticos, reducir las tensiones internacionales que afectan negativamente a Irán y, sobre todo, reactivar la economía, que es la preocupación primordial del electorado.
La prominencia regional de Irán ha sido subrayada por su apoyo al régimen sirio de Bashar al-Asad, así como por su padrinazgo del ejército terrorista libanés Hezbolá, principal fuerza foránea que lucha en Siria en defensa de la dictadura. Por otra parte, Irán encara una barrera de gobernantes sunitas (Arabia Saudí, Kuwait y los principados del golfo Pérsico) quienes limitan la esfera diplomática de la República Islámica de Irán.
He ahí un desafío impenetrable para los ayatolás, aislados en la zona. Irak, con un gobierno chiita, es amigo de Irán, con salvedad de los tópicos de interés para Estados Unidos. La pregunta fundamental en la presente coyuntura es si el programa de gobierno de Rohani será aceptado por Jamenei, de manera total o parcial. De toda forma, el estilo de gobernar de Rohani perfila un cambio drástico tras las alucinantes proclamaciones del mandatario saliente. Sería de esperar ese cambio en beneficio de la paz mundial.