Almorzar orugas de mariposa a la mantequilla o cenar chapulín deshidratado con sabor a limón, no es una idea descabellada si se toma en cuenta que la Organización de Naciones Unidas prevé que, hacia el 2050, tendremos que producir un 70% más de comida.
El inusual menú cobra más sentido si se considera que, ante el aumento global de los precios de los alimentos, los científicos buscan nuevas alternativas para nuestra dieta.
Quienes saben dicen que los insectos brindan un 90% de valor proteínico en comparación al 40% o al 70% que ofrece la carne de vaca. Además, aseguran, son más fáciles de criar, consumen menos agua y generan un menor impacto ambiental.
A esta y otras conclusiones llegaron los investigadores de tres naciones opuestas en apariencia, pero similares en cultura y biodiversidad, que se unieron en un proyecto cuyo objetivo es el aprovechamiento sostenible de los insectos como parte de la dieta humana.
En la misma latitud que Costa Rica está Benín, una república africana entre Togo y Nigeria, con amplio conocimiento generacional en insectos comestibles.
Compartiendo el hemisferio norte y su enfoque en energías sostenibles con los centroamericanos, está Bután, un pequeño reino asiático entre India y China, cuya tradición es comer hongos. En el tercer vértice está nuestro país, experto en clasificar especies y perfeccionar procesos de producción.
Con estos tres actores se gestó el Programa de Cooperación Sur-Sur (PCS), a través del cual se unen experiencias en investigación, cultivo y mercadeo de productos no maderables del bosque (PNMB), como frutas, fibras, semillas, plantas medicinales, insectos y hongos.
Expertos de la Facultad de Ciencias Agronómicas de la Universidad de Abomey-Calavi, en Benín; del Centro Nacional de Hongos en Bután, y del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio), en Costa Rica, se capacitaron de manera recíproca.
Los africanos y asiáticos estuvieron en nuestro país aprendiendo sobre taxonomía de especies y generación de información, mientras que el personal del INBio viajó a esas tierras para instruirse en domesticación de insectos. Todo esto gracias al financiamiento de $1 millón aportado por el Reino de los Países Bajos y administrado por Fundecooperación.
Que los bichos se pueden comer y saben bien, eso lo perciben desde hace mucho tiempo los benineses, cuyo paladar está habituado a su sabor. Este es uno de los grupos del reino animal más abundante sobre el planeta y la mayoría son insectos. Existen 1,2 millones de especies descritas, que representan el 80% de los animales del mundo.
Antes de intercambiar experiencias con el INBio, los benineses desconocían cómo reproducirlos y clasificarlos. Gracias al programa PCS, estos dos países se unieron para compartir datos.
“Antes del proyecto, hicimos varios esfuerzos en reproducción de insectos, aunque no necesariamente comestibles. El mariposario y la investigación del ciclo de vida de los abejones nos dio información importante que comunicamos al llegar a Benín”, recuerda Manuel Zumbado, coordinador de la Unidad de Artrópodos del INBio.
Así como los africanos aprendieron sobre la crianza y el estudio biológico de los insectos para determinar en qué etapa son comestibles, los ticos se enfocaron en especies nativas con potencial de consumo.
“Los productores locales están muy interesados en entrar en el negocio, pero aún no estamos listos. Cada especie es distinta y, antes de dar una receta, hay que observar el ciclo de vida muchas veces”, dice Carlos Hernández, entomólogo del INBio.
En Costa Rica, hay 365 especies de insectos. Si solo un 1% fuera comestible, habría un gran potencial de diversificación para los productores, que podrían utilizar los artrópodos para exposiciones y artesanías o como alimento para aves, reptiles y monos en granjas.
“Nuestro país es el segundo exportador de mariposas para exhibiciones y puede agregar otras especies para ampliar la oferta. Podemos reproducir insectos con desechos y darle esa proteína a cerdos, pollo y peces, de manera que saquemos un nuevo producto, resolvamos el problema ambiental y produzcamos biogás”, sugiere Zumbado.
Pero el consumo indirecto de insectos es solo una de las opciones. La otra es aprovechar escarabajos, esperanzas y saltamontes, entre otros.
En este proyecto, el Centro Nacional de Hongos de Bután trabajó en dos áreas: con especialistas del INBio que formalizaron procesos y con vecinos de comunidades aledañas a la carretera Interamericana Sur que ahora generan especies comestibles del reino fungi.
“Costa Rica tiene más de 125 especies de hongos con potencial de alimentación y medicina que no utilizamos. Es un asunto cultural, algunos hasta dicen ‘guácala’, cuando desde tiempos memorables era comida de dioses”, comenta Milagro Mata, curadora de macrohongos.
“En el 2007, se buscaron comunidades aptas para el cultivo de
Macho Mora, Piedra Alta, Villa Mills y Siberia fueron las comunidades elegidas para participar, pues comparten entorno ambiental con Bután. Estas vecinas del Cerro de la Muerte están capacitadas para producir hongos, en especial, el
“La gente se sorprende al saber que tenemos hongos comestibles. Quienes los prueban vuelven a comprar por sus propiedades y sabor”, afirma Martín Salazar, de la Asociación de Productores Agrícolas, Pecuarios y de Ecoturismo de Siberia (Aprapes).