El 12 de octubre de 1782 se celebró la primera misa en el paupérrimo caserío del barrio de La Lajuela, luego llamado Villa Hermosa y hoy Alajuela.
La ofició Su Ilustrísima Persona, el obispo de Nicaragua y Costa Rica, Esteban Lorenzo de Tristán y Esmenola, quien inmediatamente después se ocupó por aumentar el acervo patrimonial de las temporalidades de la Iglesia. De su bolsillo compró los terrenos para un oratorio, una lonja y un cementerio adjunto.
Con el tiempo, el lote funerario probablemente no sumaría más de una decena de montículos. Es presumible que estuviera en los predios de la Catedral de hoy porque los camposantos se ubicaban al lado de las iglesias desde las postrimerías coloniales y según la costumbre cristiana.
En Europa, y en las urbes de los virreinatos americanos, los difuntos de postín desembolsaban jugosas dádivas para ser enterrados en el interior de los templos; los prelados notables también exigían ser inhumados cerca del altar mayor.
Sin embargo, en aquella Villa Hermosa de La Lajuela, todos reposaron democráticamente en el mismo lote que lindaba con el oratorio.
Esposos generosos. En las poblaciones de origen español, la evolución urbana generalmente se cumplió alrededor de la plaza Mayor y de los edificios principales. Tal fue el esquema del crecimiento de Alajuela, que pudo no ser tan lento como algunos han escrito, ya que la ciudad mostraba una alta concentración de almas poco después de la Independencia.
Algunos pobladores tenían un patrimonio económico muy consolidado; entre ellos estaba el matrimonio de Rosario Carrillo y María Fernández. Él era el cuarto marido de ella; ella, la primera esposa de él. Reunidas sus haciendas, afianzaron su capital común y sumaron muchas propiedades dentro del casco urbano delimitado por la calle de Ronda (hoy calle Ancha).
Sin embargo, ambos, piadosos y conscientes de las necesidades sociales de la creciente aldea, cedieron unos solares para que se instituyeran un oratorio y una Casa de Enseñanza dedicados a san Miguel Arcángel. Es la media cuadra donde hoy se encuentra el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.
La real orden del 6 de noviembre de 1813 dictó que los cementerios debían trasladarse a las afueras de las poblaciones, y las autoridades eclesiásticas y gubernamentales de la naciente Alajuela acataron el mandato. Debían mover hacia la periferia a los inquilinos que descansaban en el camposanto del oratorio, pero no tenían a dónde llevarlos.
Los esposos Carrillo Fernández resolvieron la situación pues otra vez fueron generosos contribuyentes: donaron un terreno para el nuevo cementerio, situado al noroeste de la ciudad.
El segundo cementerio. En el Archivo Nacional se conserva el magnánimo Álbum del inquieto compilador José María Figueroa Oreamuno (1820-1900). Allí figura el dibujo del cuadrante que Alajuela tenía durante el cambio del siglo XVIII al XIX, y unas décadas más.
En el Plano de Villa Hermosa por los años de 1795 a 1835, Figueroa recoge los nombres de los sitios y de los vecinos principales. Como los ubica en un lapso de 40 años, el emplazamiento es discutible en algunos casos.
Es presumible que no haya sido mucha la movilidad urbana, pero sí la hubo. Sin embargo, no hay mayores dudas con respecto al sitio donde estuvo el segundo cementerio de la ciudad. El cuadriculado de Figueroa dibuja un espacio donde claramente se lee: “Esta manzana la cedió don Rosario Carrillo a los santos lugares”.
En el plano se aprecia que la manzana donada estaba en una zona bastante despoblada y agreste. Al norte se ubicaba el cafetal de Cipriano Brenes; al sur, el “sacatal” ( sic ) del padre Nicolás Bonilla, que probablemente era una dehesa, un potrero con repasto. Al este y al oeste se aprecian muchos terrenos baldíos.
Puede ser que la población ya fuera numerosa, pero parece que, además, tomaron previsiones para su eventual aumento. El campo para enterrar difuntos ya era bastante extenso; aun así, por disposición testamentaria de 1832, la citada pareja de mecenas donó aun más tierras para ampliar el terreno. Fue una sabia previsión.
El camposanto sirvió a la comunidad hasta la mitad del siglo XIX, cuando la epidemia del cólera de 1856 motivó su clausura.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, la mayoría de sus huéspedes fueron trasladados de sitio y el antiguo camposanto sufrió un cambio sorprendente. Años después se convirtió en el espacio donde nacería el futbol de Alajuela.
Cementerio futbolero. El futbol fue traído a Costa Rica desde Inglaterra en el siglo XIX; las cabeceras de provincia pronto lo adoptaron y necesitaron espacios para jugarlo. Se asegura que fue Samuel Montandón, el primer jefe de bomberos de Costa Rica, quien en 1908 llevó la primera bola de futbol a Alajuela y quien explicó las reglas a los interesados en jugarlo.
El campo donde la tradición dice que el juego se practicó “oficialmente” por primera vez fue una hectárea enzacatada, sombreada al sur por varios mangos y al norte por un higuerón que cubría la portería. Más adelante, aquel lugar sería bautizado como plaza Rafael Yglesias, en honor al presidente homónimo.
La práctica de ese deporte creció y se formaron los equipos y los clubes. El primer cuadro alajuelense fue el Electra.
El primer partido formal se jugó en Alajuela en la plaza del barrio de Concepción, o plaza del Llano, el 8 de diciembre de 1910, fiesta conmemorativa de La Purísima.
El Electra se enfrentó al equipo josefino Oriente y le ganó. El presidente Ricardo Jiménez premió al Electra con un juego de medallas. Entre su fichaje destacaban el dramaturgo y músico Gonzalo Sánchez Bonilla y Porfirio Chito Oduber Soto, padre del futuro presidente Daniel Oduber Quirós.
Los veteranos crearon escuela. Otra gente pronto formó nuevos equipos, cuyos curiosos nombres recordaban la Gesta de 1856-1857. Una segunda generación conformó en 1912 el equipo Juan Rafael Mora; una tercera generación fundó, en 1914, el Club Once de Abril, antecedente inmediato de la Liga Deportiva Alajuelense.
Aunque el primer partido se jugó en la plaza del Llano, el centro del balonpié durante el siglo XX fue la plaza Yglesias. En la esquina nordeste de la cuadra, el sitio es homenajeado por una modesta placa que está debajo de un almendro; dice: “Reconocimiento de la Liga Deportiva Alajuelense a la cuna del futbol alajuelense. Plaza de futbol Rafael Iglesias [sic] Castro. 1919-1999. Alajuela. Martes 15 de junio de 1999”.
En el lugar aún son frecuentes las entusiastas mejengas sabatinas y dominicales. También, cada mes de junio, los devotos del Corazón de Jesús –que tiene su templo al costado este de la plaza– celebran a su advocación con bullicio y alegría familiar. Sin embargo, muy pocos saben que corren la bola y comen gallitos sobre el zacate donde estuvo el segundo cementerio de la ciudad, y que quizá en el subsuelo permanezcan algunas osamentas.
Hay quienes dicen que la escasa suerte deportiva del Club Sport Cartaginés se debe a que hay un muñeco vudú enterrado en su estadio. Por el contrario, los alajuelenses podrían considerar que algunas de sus mejores rachas quizá hayan provenido de haber fundado un equipo sobre aquel terreno una vez consagrado, donde reposaron sus ancestros.
A lo mejor, desde el Más Allá, aquellos ancestros influyen en la buena suerte y en las indudables glorias conseguidas por la Liga Deportiva Alajuelense, felices de que un espacio otrora fúnebre haya ofrecido y ofrezca tanto regocijo.
EL AUTOR ES DRAMATURGO E INVESTIGADOR.