Yukio Mishima es ampliamente conocido por su obra novelística, quizás la más sobresaliente del Japón del siglo XX. En su extensa bibliografía destacan títulos como Confesiones de una máscara (1948), El rumor del oleaje (1954) y El templo del pabellón dorado (1956). Mención aparte merece la tetralogía de El mar de la fertilidad (1966-1971), un ciclo al que dio cierre justo antes de su espectacular suicidio en 1970. Esta serie está compuesta por Nieve de primavera , Caballos desbocados , El templo del amanecer y La caída del ángel .
Sin embargo, en su época, Mishima fue también muy conocido por sus dotes como dramaturgo, poeta, actor y director de cine. Se respira en su obra teatral la misma tensión que animó gran parte de sus escritos: la fricción entre la constante modernización de un país en pleno apogeo industrial, y sus ritos y modales de antaño.
Hombre de su época, Mishima se formó leyendo tanto obras locales como las novelas más novedosas que llegaban de Occidente. A las tablas llevó esta fusión con sus obras para el teatro No , una forma ritual que se interpretaba en templos, creada en el siglo XIV y popularizada en el siglo XVII.
Mishima se dedicó a adaptar piezas tradicionales al contexto que le rodeaba. En El tambor de Damasco (1955), la acción se mueve de un palacio a un bufete de abogados; en Sotoba Komachi (1952) no hay monjes que se enojan por ver a Komachi sobre una estatua de Buda, sino un poeta furioso por ver a una anciana en una banca para enamorados en un parque. Kantan (1950), La dama Aoi (1956) y Hanjo (1956) también transforman la solemne atmósfera del No clásico en dramas poéticos modernos.
Esas obras, junto con las que compuso para el teatro de marionetas y las modernas (la mejor es Madame de Sade , de 1965), condensan la violencia poética de su prosa como flores cortadas por el acero.
El amor, los sueños, palidecen como flores desgajadas por el acero de la espada en sus obras. El peso del tiempo y la desesperación moderna ahogan la esperanza de sus personajes, confundidos tal vez por la misma angustia que se llevó a su autor. Hay quien considera su suicidio un gran performance, y su desaparición, una protesta.
Fernando Chaves Espinach
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