En medio de la cuesta de enero muchos hacen votos para adelgazar, por fin' ¡piadosa intención! Ojalá dure más de quince días' ¡cueste lo que cueste (de por sí, no hay harina)! Es que lo gordito confundido con lo sanito y lo “feliz”, otra vez se han combinado y confundido para armar todas las excusas.
Impresiona cómo el lenguaje sirve de refugio: después del no tan cristiano esfuerzo por complacer con otro pedacito de pastel, con simpatía y hasta complicidad, los familiares y compañeros de oficina comentan que él regresó “un poco hermoso” y ella “torneadita”.
Sobrepeso. Caigo como perro en banquete si aquí restriego las cifras, evocadas hace poco en este matutino: el 36% de la población padece de sobrepeso y un 26% de obesidad. Sumando, el 62 % de la población ¿nos cae gordo? Ojalá, aunando esfuerzos pronto se logre un cambio no solo en la dimensión estrictamente de salud, sino además logremos cultivar el punto de vista estético, valor tan venido a menos en el entorno: así es que ¡flacos del mundo' uníos!
Lo mismo que la gata del cura, hasta hace poco se aplaudía que un niño fuera “rellenito”, rosadito y “pochotón”. Por desgracia, reforzando ese esquema erróneo, nos dejamos inundar con “modelos” del norte, desde Mike y Molly, gordinflones amorosos, hasta las “comidas rápidas”.
Como resultado, se va imponiendo una moda de gente con camisa o blusa “holgada” y pantalón hecho un acordeón para cubrir aquellas “llantas” más y más infladas. Cada día más, las pantagruélicos desproporciones en la comida, agravadas con sedentarismo patológico, producen curvas nada estéticas: ¡curvas peligrosas, como se sabe y de allí tanto accidente de tránsito también (¡ojo, diputados!).
Con razón de vez en cuando vuelve uno a encontrar en el correo electrónico una simpática advertencia, viendo cómo aquel David (el de Leonardo da Vinci), todo un Apolo antes de ir a los Estados Unidos, regresa hecho un chancho.
Gordura y riqueza. La cosa viene de muy largo. Cuesta imaginarse un indígena obeso; en cambio antes, por influencia europea, la gordura hasta era signo de riqueza, como en esas “tres gracias” de Rubens, que ahora' no causan gracia, ¡ni cosquillas!
En el Prado corre por estos días una exposición monográfica sobre mi compatriota: en otro lienzo, Adán y Eva, mejor que se pongan a dieta, comiendo la famosa manzana, que con perdón de la metáfora pedagógica' más bien resulta fruta recomendada. Todavía en neerlandés, por ejemplo, en ciertas frases connotadas “vet” (grasa) equivale a “útil”; lo mismo en francés vivir con cierta comodidad sigue visualizándose como tener “mantequilla para las espinacas”'
En una hermosa y documentada biografía sobre van Gogh (sí: así con minúscula, por favor), Pierre Leprohon narra cómo al famoso pintor, por unos meses en la Academia de Bellas Artes en Amberes, se le pidió copiar la Venus de Milo. Ni lerdo ni perezoso, ¡don Vincent la convirtió' en una robusta flamenca! Insensible a cánones heredados respecto de lo bello, poco menos que inmutables, se dedicó a acentuar entre otros las caderas de la elegante griega clásica.
Impresionista al fin y al cabo, no imitaba el modelo, pintaba lo que quería ver y de manera bastante insolente (consta hasta un garabato) argumentó a su profesor que “una mujer tiene que tener caderas, nalgas, una pelvis donde pueda albergar un niño'”. Bueno'. ¡se armó la gorda!
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