15enero2010 Palmares, Redondel de Toros. 4:30pm Las hermanas Shirley y Heidy Gmez participan en las corridas de toros. En la foto: Shirley Gmez /Juliana Barquero (Juliana Barquero)
Más que un juego, aquello era una cita a ciegas con la muerte. Había que pararse frente a un toro de 500 kilos, hacer que entrara en furia y, cuando emprendía la embestida, escapar justo a tiempo lanzándose a una pequeña piscina plástica.
Pasaban las 10 p. m. del 28 de diciembre y, como nadie en el redondel de Zapote lograba cumplir el reto, Shirley Gómez Alemán saltó a la arena y se plantó frente a la bestia.
Esperó el arranque y comenzó la huida; pero el animal fue más veloz que ella. A solo dos metros de la mojada trinchera, el toro la embistió por la espalda y le dio tal empujón que la hizo volar sobre la piscina.
Varios toreros improvisados se encargaron de quitarle de encima al animal. Ella regresó por más. Con la experiencia de 15 años en el ruedo,
El susto valió la pena. Terminó empapada hasta la médula. Al final de la corrida, recibió el premio al
A muchos kilómetros de ahí, en Bagaces, Guanacaste, las palmas se repetían. Decenas de espectadores observaban algo incrédulos cómo Kendy Flores soportaba seis segundos sobre los lomos de un toro.
El cuadrúpedo de 400 kilos se contorsionaba dando saltos impresionantes ante una joven montadora que se le plantó a darle pelea. Ella no se dejó vencer. Apretó fuerte el gallo y clavó con fuerza la espuela hasta que el animal se cansó.
Con la batalla ganada, bajó del toro y buscó refugio en la barrera, mientras el redondel se deshacía en aplausos. No todos los días se ve a una mujer dar semejante lucha ante esas bestias cornudas a las cuales la mayoría de los mortales teme.
Muchas cosas han cambiado sobre la arena. Kendy, Shirley y su hermana Heidy son las mejores representantes de una generación de mujeres que busca ganarse un lugar en una fiesta dominada por los hombres desde hace décadas.
Con el paso del tiempo, ellas se han animado a dejar patente su pasión por los toros. Ser mujer no las exime de sustos, golpes y cornadas sobre la arena de los redondeles costarricenses que pronto podría llenarse de más faldas.
Cada vez que entra a la arena para realizar un juego, a Shirley Gómez Alemán no le tiemblan las piernas. Sabe que lo importante es el espectáculo y debe estar muy atenta cuando el toro se acerca.
Si algo sale mal, sus compañeros vendrán a auxiliarla. Pasarán unos segundos antes de que llegue la ayuda y, en ese lapso, podría pasar cualquier cosa.
Como el 25 de abril del 2009, cuando un animal terminó revolcándola en el redondel de Tilarán. En medio de la embestida, uno de los cachos del toro le corrió la pretina del pantalón y se enredó en su ropa interior. Bastó solo un tirón y la delgada prenda se reventó.
Peores cosas le han pasado en más de 15 años de andar metida en corridas de toros, así que una nimiedad de esas no la iba a detener; mucho menos a poner en duda su fama como una de las toreras más valientes del país.
“Cuando nos pasamos a vivir a San José, ya me gustaban los toros. Veía las corridas en Zapote, desde la gradería, sintiendo ganas inmensas de estar en la arena y dejar fluir la adrenalina. Con mi hermana Heidy, entré a las fiestas de Cartago, y un día le pregunté a
Poco a poco fue ganando el reconocimiento de los demás improvisados. A diferencia de otras mujeres que entraban un día a la arena y no volvían nunca más, Shirley tenía constancia y disfrutaba estar en ese ambiente tan masculino.
De tanto enfrentarse a los toros, ganó fama de valiente. Cuando se formó la Asociación de Toreros Improvisados nadie dudó que ella fuera parte del grupo.
Su papá fue montador en Guanacaste y de los seis hermanos Gómez, cuatro se dedicaron al toreo: Shirley, Heidy, Ángel y Rodolfo (q.d.D.g.).
Pronto, ella y su hermana resultaron las indicadas para realizar una serie de suertes ante los animales y participar en los juegos que incluía el espectáculo.
“Ando jugando con los toros, en las torres, la mesita y el sube y baja; también cuidando a las muchachas que llegan por primera vez, aconsejándolas para transmitirles un poco de experiencia”, reconoce la morena de 34 años.
Cuando se habla de toreros improvisados, su nombre se menciona al nivel de veteranos como Guadamuz,
“Me gradué como estilista y trabajé en lo propio como 10 años. Me vine a esta empresa con máquinas industriales porque me acostumbré a estar en el mundo de los varones, en los toros, en mi trabajo. Todavía atiendo clientas en mi tiempo libre; claro, si no hay corridas”, explica.
En el trabajo comprenden su pasión por el toreo y le acomodan los horarios para que, casi todos los fines de semana, vaya con el grupo a cualquier parte del país: Liberia, Guápiles, Pérez Zeledón, San Carlos... En su familia también la comprenden, y la mayoría la apoya.
“Mi mamá nos acompañó un tiempo a ver las corridas y después se retiró. Solo nos da la bendición y nos dice que lo pensemos por nuestros hijos”, afirma la morena de largas trenzas.
Shirley tiene tres hijos: Katherine, de 15 años; Daniela, de 11; y Anderson, de 8. La mayor la acompaña a las corridas. Aún no se anima a ingresar con ella al ruedo; la del medio es quien le alista la ropa que llevará al ruedo; y el menor, aunque no le gusta ver a su madre hacer ciertos juegos, dice que, cuando crezca, será como ella. Lo trae de nacimiento.
“Hace ocho años, en Zapote, un toro se metió al camerino donde estábamos varias mujeres y nos embistió . Me llevaron a la Cruz Roja y después al San Juan de Dios. Ahí me hicieron unos exámenes para ver cómo estaba y resultó que tenía ocho semanas de embarazo. Al día siguiente, me volví a meter al redondel, terminé las fiestas y el bebé nació de lo más bien”, cuenta con orgullo.
Ese al que llama su “deporte favorito” le ha dejado más de un recuerdo sobre la piel. En los brazos, las piernas y los costados tiene las cicatrices de sus encuentros más cercanos con el toro. La mayor marca la lleva en la parte alta de su espalda. Fue un regalo de cumpleaños que le hizo su hermano, literalmente.
“Él se dedica a hacer tatuajes y un 21 de mayo me dijo: ‘Siéntese aquí’. Me tatuó la cabeza de un toro y me encantó. Quiero hacerme otro en la espalda, puede ser el
En el rostro tiene otras cicatrices: los pequeños puntos dejados por los
Sin toreros que arriesguen su vida, las corridas no tienen gracia. Por eso, Shirley y sus colegas van contratados de pueblo en pueblo casi todos los fines de semana, como garantes de un buen espectáculo.
En una corrida, pueden ganar ¢50.000.
“Me siento orgullosa de mí por estar en este deporte extremo, entre tantos hombres, orgullosa de ser mujer. Me han tratado de vagabunda,
Aquella tarde de 1992, Heidy Gómez Alemán llegó con su bebé de ocho meses al redondel de Dulce Nombre de Cartago. Se asomó a la arena y sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Ver al toro corriendo detrás de la multitud le recordó su infancia en Guanacaste, tiempo de ir a los potreros y montar a escondidas algún ternero. No soportó más. Dejó la bebé al cuidado de los organizadores de la corrida y se lanzó a correr por el ruedo. Apenas tenía 18 años. Para entonces, no era bien visto que una mujer se enfrentara a los toros. La adrenalina que sintió al hacer aquella “travesura” le sirvió para descubrir la pasión de su vida.
“Después de ahí, seguí entrando a las corridas en Cartago, Orosi, Tucurrique, hasta llegar a las fiestas de Zapote. Al principio, jugábamos solo cuando eran toros o vaquillas. Nos sirvió para ir aprendiendo y darnos a conocer como toreras”, cuenta.
Por esas fechas, su hermana Shirley era menor de edad. La pequeña se convirtió en la cómplice de muchas aventuras en el ruedo. Entonces no imaginaban que llegarían tan lejos.
Nacida en una familia de campo apasionada por los toros, Heidy ha sabido vencer al miedo, mas su camino ha estado lleno de sustos, levantines y cornadas. La más reciente ocurrió en Zapote hace solo unas semanas: un toro le incrustó el cacho en una pierna jugando al sube y baja.
“La fama una misma se la ha dado al demostrar más valor que algunos hombres. Incluso, los ganaderos que contratan a los toreros piden que les traigan a
Por mucho tiempo fue cocinera en restaurantes y ama de casa, y desde hace algunos meses trabaja en una imprenta en San Francisco de Dos Ríos. El tiempo libre lo dedica a su familia y a los toros, dos cosas que siempre terminan mezclándose.
Catalina, Michael, Miguel, Carlomagno y Taylor comparten con su madre la pasión taurina. Desde hace cuatro años, Heidy está casada con Javier Pérez Díaz,
Junto con su hermano Ángel, Javier se ha convertido en su protector dentro del ruedo. Están pendientes de cada detalle y listos para acudir al rescate en caso de una embestida. Cuando son ellos quienes están en peligro, no hay excusas de género.
“Es raro ver a cuatro miembros de una familia en un redondel; siempre andamos al cuidado uno del otro. No nos importa el toro que sea si tenemos que meternos a defendernos, quitárselos de los cuernos o tirarnos encima para protegerlos”, sentencia.
La voz de Jorge Arturo González,
Kendy Flores Carmona,
Solo milésimas después de clavarle las espuelas,
El gesto de dolor y una mano en el costado confirman la dureza del golpe, mientras la joven de 21 años abandona molesta la arena. No está acostumbrada a caer así. Como a los buenos montadores, su espíritu la empuja a aferrarse al lomo del toro hasta que alguno de los dos se canse.
Así lo aprendió desde pequeña. Así lo ha hecho desde hace tres años, cuando cumplió el sueño que, siendo niña, empezó a cultivar en Guanacaste.
“Soy la penúltima de nueve hijos, siempre fui la ‘oveja negra’, la más inquieta. Crecí en Guayabo de Bagaces, ayudándole a mi papá en la lechería donde trabajaba; me encantaban el ganado y los caballos. Yo decía que quería ser lazadora, pero como ya había una mujer famosa, decidí ser montadora”, afirma.
Siendo una adolescente, se mudó a la casa de su padre, en Alajuelita. Llegó con botas, ropa vaquera y la ilusión de graduarse en un colegio nocturno, pero duró solo unos meses en la capital.
“Me vine a pasear una semana a Bagaces durante las fiestas del pueblo y me quedé todo el mes. Cuando volví a San José, fue para traerme la ropa”, confirma entre risas.
Aún no cumplía los 18 años y ya se paseaba a caballo por todo el pueblo, se metía a los redondeles y se acercaba a los toros sin ningún temor, hasta que un día un ganadero le leyó el pensamiento. “Me preguntó que si yo era montadora, porque tenía todo el porte. Le dije que no, que siempre había querido serlo pero nadie me hacía caso. Entonces me invitó a una probar unos toros unos días después”, recuerda.
Cuando llegó a la finca, había nueve toros dentro de un camión y le pidieron que escogiera el suyo. Para demostrar su valentía, eligió al más grande y, obviamente, no la dejaron montarlo.
Esa tarde, el 15 de abril del 2008, Kendy hizo su primera monta en
El cuaderno con el que antes intentó ir al colegio se convirtió en una especie de diario, en el cual escribía cada una de sus proezas taurinas: “28 de abril 2008, Cóbano de Puntarenas, quedé enganchada del toro”, “29 de julio, Santa Rita de San Carlos, toro
Su familia se mudó a Cuatro Bocas de Upala y ahí su amor por los toros no hizo más que crecer. Se integró al grupo de monta Las Águilas y se casó con Yeiner Casanova Espinoza, un curtido montador de la zona, que la ayudó a perfeccionar su estilo.
El amor por las espuelas la llevó por todo Guanacaste, Puntarenas y San Carlos, hasta que un día
“He montado toros enormes, hasta de 700 kilos. Uno me majó y me hizo un hematoma enorme en la pierna, estuve un buen rato incapacitada. Me quedó un hueco en el muslo”, asegura.
A pesar de los sustos, Kendy no cambia su vida por nada. De lunes a viernes, se dedica a las labores de la casa; cuando llega el fin de semana, sale con su marido al redondel de turno. Alajuela, Limón, Cartago, Corredores... Muchas veces la lejanía de su vivienda los obliga a salir de madrugada, viajar cientos de kilómetros, y dormir fuera de casa.
Vaya donde vaya, la reacción de la gente siempre es la misma. Escuchan su nombre con incredulidad, esperan la monta y se levantan a aplaudirle cuando termina su peligrosa faena.
“Después de cada monta, siempre me dan permiso para recoger dinero en los tablados. Ahí la gente me detiene para hablarme; unos me felicitan, otros me regañan y me mandan a hacer oficio, algunos me dicen vulgaridades y otras piensan que soy lesbiana y me echan piropos”, reconoce.
En una “sentada” puede ganar ¢35.000 y recoger otro tanto entre público. No se gana mal, pero Kendy sabe que la monta de toros es algo difícil y que no en broma son poquísimas las mujeres que se dedican a ello.
Sin embargo, no puede evitar la pasión que le corre por las venas, la adrenalina que siente cada vez que sus compañeros le calzan las espuelas y se va acercando la hora de estar cara a cara con la bestia.
“No me gusta ver el toro antes de montar, así cuando estoy en el toril no me echo para atrás. Es como ver al novio antes de casarse. Tengo que montarme en el que llegue, aunque no me guste, ya sea un cachón enorme, yo lo monto siempre”, asegura.
Una vez encima del animal, solo piensa en mantenerse arriba. No importa la fuerza de las sacudidas ni el dolor de los golpes; como cualquier otro montador, su meta es “parar” el toro, quedarse sobre el lomo más de ocho segundos, pase lo que pase.
“Con una mano agarro el gallo y con la otra, saco el rosario que me regaló mi mamá y le doy un beso. Hago una oración y me encomiendo a Dios. Le digo que si me va a pasar algo que mejor me muera de una vez, que no me deje sufriendo en una cama”.