Larissa Minsky A. lminsky@nacion.com
En pleno 2013, decir que la esclavitud es ilegal no parece la verdad más reveladora. Pero hay que decirlo: la esclavitud es ilegal y, por ende, está prohibida. Sin embargo, hasta hace un par de años, había más de 25 millones de esclavos en el mundo. De hecho, en el 2009, el comercio de esclavos movió la nada despreciable suma de $32.000 millones, mucho más de lo que en 12 meses movilizan poderosas empresas o marcas prestigiosas.
Yendo más al fondo de estos datos de la organización National Underground Railroad Freedom Center –con sede en Cincinnati, Ohio, Estados Unidos– se sabe que hoy, el grueso de los esclavos constituye una especie de “servidumbre por deudas” (cerca de 16 millones) y unos 7 millones más realizan trabajos forzados, como lo es, por ejemplo, la minería de diamantes en ciertas regiones de África. Además, es de todos conocido que aún se trafican personas, y no dos ni tres, sino millones.
El tráfico con fines sexuales es quizá la forma más común de esclavitud. Usualmente, las víctimas son vendidas por familiares ante situaciones de extrema pobreza o bien son engañadas con tretas como el ofrecimiento de un trabajo en otro continente, con el cual “saldrán de su miseria”.
Hay quienes sucumben debido a amenazas, chantajes, fraudes y hasta ofertas de matrimonio. Cuando descubren la realidad, empiezan a sufrir las peores vejaciones: secuestros, violaciones y golpizas. Terminan sometiéndose con temor y temblor. Se trata de un flagelo que no respeta edades, ni siquiera a algunas niñas de 3 ó 4 años, por insólito que suene.
Otro error es creer que se trata de un mal de países subdesarrollados. Cada año, varias miles de víctimas –más de 17.000, según la National Underground Railroad Freedom Center y Anti-Slavery International – son traficadas a Estados Unidos, por citar solo un caso.
Todo lo dicho hasta aquí deja por fuera a otro gran segmento de proveedores de mano de obra esclava : quienes, en condiciones infrahumanas, producen bienes con su trabajo manual (prendas de ropa, teléfonos de última generación, etc.). Pero esa es otra historia.
Baste decir que pecan de ingenuos quienes creen que la esclavitud fue erradicada con leyes y tratados entre el siglo XIX y parte del XX. El desafío sigue pendiente.