Cuando lo buscamos para coordinar una entrevista, Carolina, su esposa, nos respondió que no se encontraba en casa. Esa tarde –como todas las tardes desde hace año y medio–, José Wálter Zamora había emprendido camino en busca de trabajo. Y, como siempre, regresó a casa sin buenas nuevas.
Faltan pocas semanas para que
De lunes a sábado, desde las 4 a. m. y hasta media tarde, él y una pequeña cuadrilla de
En su casa cocinan con leña y el agua llega solo cuando cae del cielo. Por eso,
Zamora está obligado a alimentar tres bocas aparte de la suya. Su esposa cuida la casa que hace dos años les regaló la ONG Un techo para mi país, y los dos hijos van a la escuela de Tirrases. Los cuatro duermen en el mismo cuarto, y semanalmente comen con los ¢15.000 que el jefe de hogar consigue cuando le va muy bien.
Cada jornada, el morral se va llenando poco a poco, el sol aparece y curte la piel del quinteto de
En la chatarrera les dan ¢300 por el kilo de aluminio, ¢80 por el de papel y ¢60 por el de botellas. Con el cobre les va mejor, pues se ganan ¢2.000 por kilo. “Ahí nos pagan un precio justo”, afirma
Justo o no, este es su único ingreso económico, producto de casi 40 kilos que se echa sobre el hombro a lo largo de la ruta.
“Con ¢2.000 diarios me voy tranquilo. Vivo feliz con lo que tengo y me desahogo reciclando. Me he adaptado a la basura pues he vivido de ella toda la vida. Lo que usted me ve aquí puesto me lo he encontrado en la calle”, dice, mientras señala sus zapatos.
No se ve desgarbado, pero tiene muy pocas prendas de ropa y, en su casa, las posibilidades para asearse son ínfimas. “Debemos lavar a mano después de llenar un estañón a punta de pichingas”, cuenta Zamora y recuerda las promesas que la Ministra de Salud le hizo a su comunidad hace varios veranos.
Ese mismo año tuvo que abandonar el quinto grado de la escuela y se pasó a vivir a un precario, a 150 metros del relleno.
Nunca olvidará el 11 de agosto del 2007 cuando declararon el cierre irrevocable de su lugar de empleo. “En aquel momento, a todos los que vivíamos ahí nos ofrecieron el cielo y la tierra, el IMAS nos dio comida por tres meses y luego quedamos como náufragos”, relata. Para él, el “olvido” del gobierno fue una bofetada en la cara de, al menos, 100 familias.
“No tengo títulos que me respalden; soy operario, sé pegar
“Yo sigo buscando trabajo, pero si sabe de algo me dice”, pide al final de la entrevista.
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