Como su nombre lo indica, era difícil dialogar con las Parcas. Con tal nombre, parecían las ministras de Información del Olimpo.
Si algún semidiós de la oposición demandaba explicaciones por el rapto de Europa, las tres Parcas empezaban declarando: “No tenemos nada que añadir”. Semejante comienzo no informaba, es cierto, pero aseguraba las conferencias de prensa más breves de la historia.
Los tiempos mejoran, sobre todo a los dioses; y, en vez de evadir como antes las respuestas, los ministros del Olimpo ahora contestan lo que han aprendido de los ministros de la Tierra: “Estamos en eso”.
Más que de pocas palabras, las Parcas (en griego: Moírai ) eran de pocas letras. Según Higinio ( Fábulas, 277), aquellas diosas inventaron únicamente siete letras del alfabeto griego. Siete entre tres dan 2,3 letras por diosa: una vergüenza. En comparación, tan infame rendimiento hace parecer obreros fordianos a los príncipes de Mónaco.
La historia de la nobleza es el arte de lo banal contado con seriedad: como si el buen Heródoto cerrase ahora las ediciones de la revista Hola –aunque decirlo suene peor que la Sonora Santanera –.
En la realidad del mito, las Moiras estaban exentas de la autoridad de Zeus, dios que con otros era tan intruso y figureti que parecía su propio ministro de la Presidencia.
Zeus era un dios reciente que, según Homero, tenía los vicios propios de la juventud cuando se arrastran hasta la vejez. En cierto modo, en la Grecia prehelénica, Zeus y otros fueron dioses inmigrantes, que al menos tuvieron la fortuna de arribar a Grecia y no a Arizona.
En su Historia de la religión griega (cap. V), Martin Nilsson describe a aquellos dioses antropomorfos como caballeros feudales que habitaban un castillo esplendente en la cima del Olimpo, cual una Acrópolis revuelta, intrigante y sibarita.
Las Moiras eran más viejas que Zeus: eran el Destino contra el que ni los dioses podían nada. Ellas medían el tiempo concedido a las personas y cortaban el hilo de la vida de los seres humanos. Alguna vez, Zeus interfirió para salvar amigos, pero solo decretó tal favor cuando le pareció de interés público. Parcas, Moiras, Hadas, Hado, Fatum y fatalidad: el pesimismo hecho mito –o sea, mentira–. La historia humana es la novela de la voluntad contra el cuento del destino.