Es lo que se llama cine epistolar: es una historia de amor por cartas que van y vienen entre él y ella, amantes. Hablamos del filme
Todo comienza cuando un soldado llega de vacaciones a su pueblo y se enamora de una chica local, a quien le rescata una prenda en el mar. Solo que el joven tiene que regresar a su servicio un año más, cuando Estados Unidos entra en guerra en territorios árabes.
El proceso de enamoramiento no ha sido fácil, porque –además– el muchacho cuida de su padre. Un día, él y ella se juran fidelidad y amor eterno, como era de esperarse, siempre los enamorados se juran amor eterno.
Cuando él se va, el amor sigue presenta por medio de cartas. Una y otra. Otra y una. Montones de cartas. Para los amores eternos no hay plazos, son eternos hasta que aparezca, ¿qué?, otro amor eterno. Así es, ella se enamora de otro tipo.
Para nuestro joven enamorado, esa noticia es peor que la guerra. Son los momentos para que el espectador llore durante la película. Para eso tenemos este drama romántico lacrimógeno.
El problema es que este melodrama se excede como tal, apunta y apunta a hacer llorar a los espectadores, y resulta filme manipulador por esto mismo.