Decía Kristeva: “Comparado al amor que une a un hijo con su madre, todos los afectos humanos son meros simulacros”. Reflexión que puede parecer excesiva, acaso injusta. Yo suscribo. El vínculo madre-hijo es, en el sentido estricto del término, sagrado. ¿Qué es “sagrado”? Aquello por lo que uno esté dispuesto a sacrificarse. ¿Está usted presto a morir por la patria, por la justicia social, por Dios, por sus hijos? Entonces esas cosas con sagradas para usted. Es así de simple.
Nuestras vidas quedan signadas por la madre. Fuimos sangre de su sangre, carne de su carne. En un árbol, ¿qué es más importante: las raíces que hienden la tierra, beben sus jugos nutricios y fundamentan su arquitectura, o el follaje, que aun cuando bello, florece y se seca? El amor materno es una fuerza suprahumana, no explicable en términos antropológicos, culturales o neurobiológicos. Algo que “viene de afuera”, que es más grande que nosotros, que nos trasciende. Hablo de mi experiencia personal: yo fui bendecido con la mejor mamá del mundo.
Hay madres que prostituyen y torturan a sus hijos. Otras que aman con amor que no llamaré excesivo –el amor nunca puede serlo– pero sí patológico, y le hacen a sus hijos un daño que ellas mismas no sospechan. No basta con amar mucho: hay que amar bien. No basta con darlo todo: hay que amar como el otro necesita ser amado. Los misóginos y vapuleadores de mujeres son, con frecuencia, producto de madres agresoras. El hombre pasa, en estos casos, su vida castigando a la madre en cuanta mujer se le cruza.
Mi mamá se pone, día con día, más linda. No es una vieja cosmetizada y fufurufa: cada arruga es un galardón; cada cana, el testimonio de una batalla librada: “He vivido, y llevo conmigo mis cicatrices de guerrera indoblegable”. Eso es belleza: lo demás son cuentos. Amigo lector: si goza usted del privilegio de tener a su lado a su mamá, tómela por las manos y dígale cuánto la quiere. Abrácela, dele un beso en la frente. No vaya a zambullirse en la orgía consumista a comprar tiliches: la manera menos elocuente de expresar el amor. Simplemente dígale: “Te quiero”. Ella lo va a apreciar infinitamente más. ¿Cuánto apostamos? Y si su mamá duerme ya con la luna y las estrellas –que de ahí vienen todas las mamás del mundo– piénsela, siéntala a su lado. Porque efectivamente, ahí estará. Las mamás no mueren: se transmutan en constelaciones. La luz busca la luz, como el agua al agua. Musítele al oído: “Madre, aquí estoy, soy una persona de bien, tu vida tuvo sentido”. Y verá que ella le contesta.