Fue difícil localizar a Julieta Pinto, la escritora recién declarada Premio Magón 1996, pues al conocer la noticia ella escapó rauda de los focos mundanos.
La encontré, por fin, señora en una arboleda: escondida en la casa que fuera de sus padres, en San Rafael de Ojo de Agua. Allí confesó su necesidad de retornar a la naturaleza y a su infancia para huir de las humanas vanidades.
Al pisar esa casa centenaria, de estancias en penumbra y nobles materiales, que fue también de Julieta niña y de Julieta recién casada, me di cuenta de que yo misma había estado allí, en sueños, hacía varios días. ¿Merced a qué prodigio?
"Sí, esta casa produce un estado de conciencia esclarecida, como la que uno siente al amanecer", sonríe afable y se estremece por la coincidencia, mientras disfrutamos el rumor del bambuzal allá abajo junto al río y los ojos se nos llenan de veraneras.
Ella cree fervientemente en ser y no en figurar. "Al conocer el fallo, sentí primero una gran euforia, pues ese premio lo estaba esperando desde hace tiempo. Cuando me vi sintiendo cosas feas, me vine para el campo, donde lo malo se me cura y lo bueno lo comparto. Ahora lo que guardo nada más es alegría."
Mujer espigada y bonita, cuya mirada se asoma a menudo hacia una espiritualidad que la profundiza, atesora treinta y cinco años de vida creadora, cerca de 15 libros publicados y tres premios Aquileo J. Echeverría en novela y cuento, a los que se suma ahora el Magón, máximo lauro al que puede aspirar un artista en Costa Rica.
El tapón de su vena literaria saltó al cumplir cuarenta años: "Pero no fue un impulso, sino una maduración que trae la vida."
A Julieta no le gusta hablar del tiempo, pues ella tiene su propia forma de concebirlo: "no creo en la edad, el tiempo interno de uno es lo que vale."
Arboleda recobrada
No es casual que Julieta haya buscado un refugio de su memoria; precisamente su última novela inédita, El lenguaje de la lluvia, transcurre en esta hacienda "que ya se fue"; solo quedó la casa y la arboleda. "Aunque es así, más que nostalgia aquí respiro esperanza", aclara.
Para ejercer la literatura, su condición de mujer no ha sido fácil. La corriente masculina la puso a menudo en segundo término, y si a eso se añade su natural modestia, no es extraño que el reconocimiento haya demorado. Incluso uno de sus primeros libros fue Si se oyera el silencio, relatos sobre los problemas que enfrentan las mujeres.
"Aunque no creo que a la hora de escribir exista el sexo: uno escribe y nada más."
Ella prefiere hacerlo de madrugada, en plena ebullición creativa, aunque la labor más larga y difícil es la de pulir, y la hace de día. "Yo escribo a borbollones y pulir me cuesta muchísimo. Cuando escribo se produce un estado muy curioso, que me permite solo escribir, hasta se me olvida comer; las hijas y el marido se van para sus casas, pero yo no termino de dar gracias a Dios por el don que me dio, de poder plasmar las ideas a través del lenguaje. Termino un libro y ya me están bullendo las ideas para el siguiente."
Libros como iras
La cuestión social está muy presente en su obra. "Siento una gran afinidad con el campesino, con el que me entiendo mejor que con la gente de la ciudad."
Ella trabajó asiduamente en distintas épocas como miembro de las juntas directivas de varias instituciones sociales. "A tiempo completo, no como ahora, que se va por ratitos."
Ese contacto con la miseria y el maltrato motivó casi todos sus libros.
"En el IMAS, escribí A la vuelta de la esquina; en el PANI, Abrir los ojos; y en el ITCO, Tierra de espejismos. Si no los hubiera escrito, seguro me muero o algo me habría pasado."
Como con los hijos, Julieta no prefiere a uno de sus libros sobre otro. "Cada uno tiene su lugar; unos han costado más que otros; algunos han sido un borbollón de ira, o vienen de un dolor profundo, como El despertar de Lázaro (novela que en 1994 obtuvo el Aquileo)."
Para Julieta, el amor y la solidaridad humana deben abrirse paso en nuestra sociedad, para que el péndulo, que se ha venido desequilibrando por el consumismo desenfrenado, recupere el centro. La esperanza se halla en los jóvenes.
"Como en ese bisnieto que tengo, David, de quien soy cómplice cuando me dice que los bambúes cantan, y pregunta por la belleza de las flores. Si uno no pierde ese asombro del niño, el espíritu se mantiene joven."
Magones hasta hoy
1962: Moisés Vincenzi. 1963: Julián Marchena. 1964: Carlos Salazar Herrera. 1965: Carlos Luis Fallas. Hernán G. Peralta. 1966: Carlos Luis Sáenz. 1967: José Marín Cañas. 1968: Fabián Dobles. 1969: Luis Felipe González Flores. 1970: Francisco Amighetti. 1971: Juan Rafael Chacón. 1972: León Pacheco. 1973: Francisco Zúñiga. 1974: Teodorico Quirós. 1975: Joaquín Gutiérrez. 1976: Alberto Cañas. 1977: Rafael Lucas Rodríguez. 1978: Lilia Ramos. 1979: Rafael Obregón. 1980: Isaac Felipe Azofeifa. 1981: Manuel de la Cruz González. 1982: Juan Manuel Sánchez. 1983: José Basileo Acuña. 1984: Arturo Agüero. 1985: Alfredo Cardona Peña. 1986: Carmen Naranjo. 1987: Luis Ferrero. 1988: Guido Sáenz. 1989: Fernando Centeno Güell. 1990: Dinorah Bolandi. 1991: Arnoldo Herrera. 1992: Néstor Zeledón Guzmán. 1993: Carlos Meléndez. 1994: Carlos Enrique Vargas. 1995: Lola Fernández. 1996: Julieta Pinto.