Después de ir a misa los domingos, muchas personas acostumbran acudir a un puesto cercano al mercado central de San Ramón para disfrutar de un vaso con chinchiví.
Esta tradición tiene más de cien años, según afirman los miembros de la familia que se ha dedicado siempre a preparar la bebida en ese local.
Olga Marta Arroyo Camacho es quien hoy deleita a los ramonenses con este producto. Hasta hace cinco años lo hacía su papá, Gonzalo Arroyo (Q.d.D.g), cuyo abuelo fue uno de los primeros que produjo chinchiví en el pueblo.
"El puesto siempre ha estado en los alrededores del mercado. Antes vendíamos en una mesa, pero desde hace bastante tenemos un local con buenas condiciones", recordó Olga Marta, quien desde muy pequeña comenzó a practicar la elaboración de la receta.
Si bien no reveló los secretos de la preparación, se sabe que en cada sifón de chinchiví están presentes la cebada granulada, el dulce de tapa, la harina, el agua hervida y el jengibre. De hecho, su nombre surge de la degeneración de "ginger beer", o cerveza de jengibre en inglés.
El chinchiví de esta familia no solo se disfruta en San Ramón pues se reciben encargos de muchas partes del país, principalmente cuando hay alguna celebración especial.
"Cuando llega el mes de agosto es que tenemos más trabajo, porque son las fiestas patronales de San Ramón y mucha gente regala chinchiví durante la entrada de los santos. En el resto del año, siempre hay encargos, pero es menor la demanda", comentó Olga Marta.
Sigue la tradición
Considerado un producto muy popular, en el puesto de venta el chinchiví puede ser mezclado con sirope, un ingrediente que don Gonzalo le agregó y que tiene gran aceptación entre los clientes.
Según Arroyo, su padre servía la bebida en vasos de vidrio, pero ella lo hace en vasos desechables de tres tamaños: pequeño, a ¢150; mediano, a ¢250, y grande, a ¢300.
Todos los días, el puesto de chinchiví se abre a las 8 a. m. a 6 p. m. La única vez que se cerró fue hace alrededor de medio siglo, cuando se desató una epidemia de cólera y obligaron a don Gonzalo a cesar la venta.
Sin embargo, cuenta Olga Marta, que su padre se enfermó por la imposibilidad de trabajar y decidió vender el chinchiví en su casa para demostrar que su producto se podía consumir sin temor porque era producido en condiciones higiénicas.
La tradición de la familia Arroyo parece tener un futuro muy promisorio, ya que uno de los nietos de Olga Marta, con solo ocho años de edad, ya está aprendiendo la receta y practicando para algún día ser parte de la quinta generación de ramonenses que venda chinchiví.