22febrero2011 11am San Ramn. Retratos a la escritora Tatiana Lobo. /Juliana Barquero (Juliana Barquero)
Si de residencias se trata, Tatiana Lobo conoce bien sus predilecciones: pueblos no localizables en los mapas o ciudades colosales donde el individuo se diluya entre multitudes. Por esta razón, Tatiana Lobo habita en una de las pocas casas de Bajo La Paz, en San Ramón de Alajuela, y no en la pueblerina ciudad que es San José.
Bajo La Paz es un sitio que no se detiene en intermedios: algún día usted lo encuentra envuelto en oscuras nubes, mas al día siguiente regresa y –como hoy– lo aprecia iluminado. En algo se asemeja al verbo de Tatiana Lobo, péndulo que en su desliz suele fijarse en los extremos. La escritora sabe muy bien dónde están las fuentes de sus dichas y dónde las de sus congojas; al escucharla, esto reluce fácilmente.
Alegre y silenciosa, la casa de Tatiana Lobo tiene un río por jardín, y enfrente un camino que desconoce el asfalto. La escritora ha permitido que visitemos su casa y conozcamos la biblioteca. Antes de aceptar, advirtió: “Mi biblioteca son unos cuantos libros, y no creo que aquí haya algo interesante”.
En esta casa, los días de Tatiana Lobo transcurren entre la lectura y el tejido pues la autora de
Sin embargo, alejarse de la creación no ha significado desapegarse de los libros. Desde que su padre le enseñó a leer a los cuatro años, la literatura y su vida han imitado las hebras de sus tejidos. “Para mí la lectura es un placer. Podría resistir perfectamente la cárcel si hubiese libros allí”, confiesa la escritora, vestida con un camisón blanco de verano.
La biblioteca de Tatiana Lobo está en la sala de su hogar y la componen cuatro largos anaqueles. Todos los que están aquí son libros que ella relee; algunos, cuatro o cinco veces. “De por sí, no tengo plata para comprar libros; los autores nacionales lo saben y me regalan sus obras cuando quieren que yo las lea”, reconoce.
Tatiana Lobo Wiehoff nació en Puerto Montt (Chile) en 1939, y en 1966 se trasladó a Costa Rica. En Chile, comenzó estudios de teatro. De aquella época, aún conserva un libro: una edición de 1966 de
Tatiana llegó por accidente al sendero de la escritura.
–Siento que estamos cayendo en una literatura amena, muy bien escrita, fluida, pero que no vuelvo a leer pues no me dice nada. A mi edad, yo aún quiero saber qué es esta condición humana tan compleja, tan extraña, tan contradictoria, y eso solo me lo explica un buen novelista.
Mientras recorremos los estantes, Lobo continúa: “Para mí, la lectura de un libro es un diálogo. No me interesa si está bien escrito, si sigue una normativa básica. Esas cosas ni las he considerado al escribir mis libros. Lo que me interesa es que me muestren al ser humano en sus conflictos”, reflexiona.
Durante la inspección de su biblioteca hallamos también libros de Tony Morrison, David Malouf, José Mujica y José Donoso, entre otros. Es esta una biblioteca de abundantes prosa e historia.
–Como por quinta vez leo la biografía de Fouché escrita por Stefan Zweig. Es de los años 20 del siglo pasado, pero me sigue explicando el comportamiento humano: la intriga política, las ambiciones, las debi-lidades... Me explica las razones de muchos comportamientos y me obliga a preguntarme cuál es el Fouché tico.
–[Risas] No, aún no lo encuentro.
Tatiana Lobo se retira hasta su dormitorio y regresa con un ejemplar que, a diferencia de todos los demás, revela un aspecto lozano. “Me lo acaban de traer de Chile”, expresa con voz de infante emocionada. Se llama
El libro no ha llegado a Costa Rica, pero en Chile ha creado vasta polémica pues en él se devela el romance que aquellas dos mantenían en secreto.
“Es feo esto, ¿verdad?, que se metan así en su intimidad, a pesar de que ella haya muerto”, reflexiona la escritora. Abrimos el ejemplar y al dorso de la primera tapa vemos una nota escrita por Lobo que dice: “El arte de sufrir”.
La escritora también decide mostrarnos una obra del argentino Marcos Aguinis. Se titula
–Claro. Es una novela sobre el atentado suicida contra la Embajada de Israel en Buenos Aires.
–[Risas]. ¡Ah!, este tipo es más profesional, pero aún tengo la curiosidad de saber por qué le pusieron este título. Además, es de Norma, la editorial con la cual yo publicaba.
–Sinceramente, no creo que haya libros indispensables. Unos autores dicen las cosas mejor que otros, y esto es todo. Si hay una intención honrada del autor de contar algo de su experiencia vital, su novela vale la pena; pero, cuando noto que el escritor quiere manipularme, ese libro va de una vez a la basura.
–Un ejemplo grosero: Paulo Cohelo. Aquí tampoco encontrarás a Isabel Allende.
–Como le dije, ningún libro es imprescindible. Es más, ni tan siquiera es necesario leer. Hay muchas comunidades ágrafas que viven mejor que nosotros porque se han sujetado a su tradición oral. Los indígenas bribris que yo conocí hace casi cuarenta años, no leían, y de tontos no tenían nada. Eran personas sumamente sabias, con un bagaje cultural tremendo. A nosotros, en cambio nos quitan los libros y, dígame, ¿dónde quedamos?: pues desaparecemos.