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El Teatro Municipal visto desde el escenario, posiblemente en la década de 1880. Fotografía de autor no determinado. Andrés Fernández para La Nación
El 30 de noviembre de 1850, una extensa nota del suplemento de La Gaceta del Gobierno de Costa Rica, decía: "Posee ya San José un edificio digno de tal nombre, digno de una capital, digno de un país civilizado. (…)
“Concluyóse en el corto espacio de nueve meses no cumplidos aún, y así queda coronada esa que llamaban al principio temeridad, por un espléndido triunfo reportado sobre los hombres, sobre las cosas, sobre el tiempo, (…), sobre las dificultades de toda clase, y más que todo sobre ese espíritu de inercia que suele dejar en ruinas lo que se empieza a poner en construcción.
“Concluyóse, y si hemos de hablar con franqueza, lo que más admiramos en este monumento de arquitectura, no es ni la acertada disposición del local, ni la armonía de las proporciones, ni el buen gusto de los ornamentos, ni la elegancia de las labores, ni el encanto de la perspectiva, sino esa misma conclusión en un tiempo dado, esa exactitud en entregar al público, su Coliseo (…)”.
Sin teatros en la aldea
En su obra Teatros de Costa Rica, cuenta el cronista Fernando Borges cómo, en 1837, el militar salvadoreño residente en San José, Vicente Villaseñor y Lanuza, construyó en su Plaza Principal –hoy Parque Central– un galerón de paja donde realizar representaciones teatrales.
Ahí, como era lógico suponer entonces, estas últimas eran, en esencia, autos sacramentales, es decir, obras de un solo acto, de carácter religioso y tema, preferentemente, eucarístico, por lo que debían contar de previo con la aprobación eclesiástica. Las que allí se presentaban, eran autoría del latinista y poeta local Daniel Castillo.
Como apunta Borges: “Ese pequeño salón-teatro pajizo daba cabida a setenta espectadores. Cada uno debía llevar una silla. Se cobraba por entrada, dos reales, dinero que engrosaba el fondo común de beneficencia. Las representaciones se daban cada quince días. El Gobierno contribuía con el canfín para las candilejas que alumbraban el local”.
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El Teatro Mora anuncia la puesta en escena de “Un novio a pedir de boca”. La Gaceta, 12 de julio de 1851, página 4. Fotografía: Andrés Fernández para La Nación (Andrés Fernández para La Nación)
En 1846, hacia el costado suroeste de la misma plaza, avenida de por medio, un señor de apellido Sifuentes construyó otro salón-teatro de madera y techado con teja; con un amplio escenario, pasillo para la orquesta y capacidad para 200 espectadores sentados. Ahí las funciones tenían lugar los domingos de 6:30 p. m., y el precio de entrada era de 50 centavos el preferencial, y de 25 el de galería.
Si bien ya se contaba en la pequeña capital con aquel local, la aspiración de tener un verdadero teatro, se manifestó en varias ocasiones en los escasos medios de prensa de entonces. Por eso, anota la historiadora Patricia Fumero:
“Apreciaciones como (…) [esas] le permitieron a Juan Rafael Mora (1850-1859) vislumbrar la importancia y el efecto legitimador que el teatro poseía, tanto por las obras que en él se presentaban como por la influencia que la infraestructura teatral tenía dentro del proceso de sociabilidad y creación de una cultura urbana” (Teatro público y Estado en San José).
Construyendo un teatro
Fue así como, el 11 de abril de 1850, en la esquina noroeste del cruce de avenida 2 y calle 6, se inició la construcción del que sería llamado Teatro de Mora, por tratarse de una iniciativa del presidente de la República; aunque todo indica que se construyó con fondos municipales y no privados.
Según Borges, su diseño apenas neoclásico, respondía al “calcado” que de unos planos de otro teatro de Lima, Perú, realizara el coronel Alejandro Escalante Nava, quien lo había visitado años atrás. Nombrado al frente de la obra, Escalante requirió para su dirección de la ayuda del maestro-carpintero Manuel Conejo, también capataz de los trabajadores.
Continúa Borges: “Esos señores trabajaron con tanto ahínco que en nueve meses levantaron el edificio que fue oficialmente inaugurado por el prestidigitador alemán Herr Alexander y su esposa, una soprano italiana de prestigio, el 1º de diciembre, en función de gala”.
En adelante, el Teatro Mora no solo promovería el cambio socio-cultural que requería el capitalismo agrario en su alborada, sino que también dinamizó el ámbito empresarial. Así, con su edificación, se multiplicó el paso de compañías extranjeras por San José, al tiempo que se creaban nuevas compañías de aficionados que las complementaban.
Una de ellas, precisamente, se improvisó en 1857, con 18 prisioneros de guerra de la Campaña Nacional, unos filibusteros que durante cinco meses entretuvieron a los josefinos con números de variedades mal preparados y en inglés; pero con los que lograron pagar su boleto de regreso a California, al año siguiente.
Si bien hoy no conocemos la capacidad de su aforo, ni contamos con más fotografías del Teatro Mora que una del interior, afortunadamente, el viajero irlandés Thomas Francis Meagher, que lo conoció en 1858, nos dejó de él una vívida y valiosa descripción.
Nuestro primer teatro
“El teatro está generalmente abierto los domingos por la noche. Decorado con una fachada griega, este bonito edificio ocupa un área de sesenta a setenta pies en cuadro. La puerta de entrada da a un vestíbulo alumbrado por una gran linterna china debajo de la cual, en las noches de función, hay una media docena de soldados descalzos sentados en un banco.
“Tiene dos filas de palcos, debajo de la más baja hay tres literas de bancos separados de la platea por barras de hierro horizontales, que tienen el aspecto de una jaula semi-subterránea destinada a curiosidades salvajes. Se debe, probablemente, al temor de que la gente más pobre se enfurezca al ponerse en contacto con la civilización de la platea.
“La noche que fuimos al teatro, estaba de bote en bote. (…) Era noche de gala y representaban El poeta y la beneficiada. El presidente Mora ocupaba un palco decorado con banderas nacionales, frente por frente del escenario. (…) Los actores, procedentes de Cádiz y otros lugares de España, interpretaron con graciosa vivacidad el humorismo de don Manuel Bretón de los Herreros; pero la orquesta era algo espantoso. (…)
“Las decoraciones eran igualmente desagradables; no había dos bastidores iguales y la mitad de la comedia se representó en una sala en la cual se entrometían la luz del cielo y la escalera de una guardilla. Sin embargo, el telón de boca, que representa a Minerva instruyendo a las Musas, está pintado con bastante buen gusto y soltura y su colorido es brillante” (Vacaciones en Costa Rica).
Con la caída de Mora, en 1859, una de las acciones encaminadas a borrar la memoria del héroe, fue denominarlo Teatro Municipal, en lugar de su nombre original. José Fidel Tristán, que lo conoció ya como tal, nos cuenta que: “El Teatro Municipal fue destruido por el gran terremoto de diciembre de 1888.
“En enero de 1889, fui con varios muchachos a ver sus ruinas. Recuerdo haber visto las paredes rajadas, el techo hundido y los pisos llenos de escombros. Después lo demolieron, y por varios años quedó el lote de terreno completamente abierto y limpio. Más tarde fue vendido y hoy en su lugar hay casas de comercio y oficinas” (El Teatro Municipal).