Rodolfo Stanley: El pintor costarricense que retrata el país de los excesos

El artista costarricense de 69 años expondrá 51 obras en el Museo de Arte Costarricense. La suya es una mirada que convierte temas aparentemente banales en imágenes memorables y fascinantes

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“Un caleidoscopio dotado de consciencia (…) que expresa cada instante en imágenes más vivas que la vida, ella misma siempre inestable y fugitiva”. Este es el Pintor de la vida moderna, descrito por Charles Baudelaire en 1863. El conjunto de ensayos de este volumen constituye la obra capital sobre el pensamiento estético de Baudelaire, arquetipo del poeta maldito. El “pintor de la vida moderna” descrito en sus páginas es Constantin Guys, dibujante autodidacta poco conocido y que hacía crónica de eventos militares y de la vida mundana de su tiempo, incluyendo plazas, calles, tabernas y burdeles. Reacio a cualquier tipo de publicidad, solicitó anonimato a Baudelaire, quien lo identificó en sus textos por las iniciales M. G. por Monsieur Guys.

Finísimo conocedor el arte de su época, Baudelaire observó en la obra de Constantin Guys la cualidad sublime de la realidad ordinaria; en ella ancló su idea de modernidad, como concepto estético y teórico contrario al romanticismo. Así, la visión de la vida real, del mundo anterior a cualquier idealización, constituyó, para este gran poeta, la óptima forma del arte de su tiempo.

En sus series La noche, Los comegüevos, Bailongos y Transeúntes, el pintor costarricense Rodolfo Stanley (1950) retoma la tradición moderna de la mirada sobre el mundo real. Observador implacable de la vida popular, Stanley construye un país desde los excesos: los pobres, los ricos, los marginales, los poderosos.

Existe una cierta trivialidad, un cierto desapego en la mirada de Rodolfo Stanley. No hay espacio para patetismos ni emociones. Habitan sus telas los personajes de las calles, las plazas, los prostíbulos, los salones de baile, las playas en domingo. Sus obras no son la concreción o el resultado de una idea mística, sino la expresión brutal de la belleza de lo ordinario. A partir de tres obras del artista, dirigimos la mirada a lugares y personajes familiares constitutivos de la cultura nacional, visible y oculta.

Los de abajo en el paraíso (2011)

Esta obra pertenece a la serie Los comegüevos, ejecutada por Stanley entre 2010 y 2012. En la serie, el artista aborda las visitas familiares a la playa de Puerto Caldera, donde los bañistas pasan su día de reposo entre tiendas y cocinas improvisadas. El artista se deleita en el registro de pequeños detalles icónicos: sábanas coloridas transformadas en techos y paredes de construcciones efímeras; bolsas plásticas de rayas rojas y blancas, azules y blancas, que penden de los árboles del litoral; hieleras, envases de bebidas y alimentos desperdigados sobre la arena.

En esta serie, el artista recopila y da forma a la iconografía popular de los bañistas de esta playa, y más ampliamente, de familias de clase media y clase baja en su descanso estacional. La iconografía conforma una estética particular que el artista aborda como la reivindicación (a veces exagerada) de la cultura popular. Dentro de la serie, la tela Los de abajo en el paraíso utiliza un recurso extraordinario que transmuta lo aparentemente banal en una imagen fascinante.

La pintura representa a varios personajes –mujeres y niños– dispersos antes y después del límite del agua. Entre los bañistas destaca, a la izquierda de la escena, una mujer en traje marrón. Esta mujer saliendo del agua hace una referencia –absolutamente fortuita– a una de las imágenes más conocidas en el arte occidental: el nacimiento de Afrodita (o Venus, equivalente romano). De acuerdo a la mitología griega, la diosa del amor nació ya adulta en el mar. El tema de este nacimiento ha sido objeto de innumerables representaciones de grandes artistas desde la antigüedad hasta el siglo XX, cuando fue retomada por Picasso como una de Las señoritas de Avignon.

La Venus de Stanley se muestra, por supuesto, desprovista de ornamentos o atributos simbólicos. El gesto delicado de sus manos, la gracia de su postura y la levedad de su cabello –que parece aún flotar en el agua– conjugan en ella una belleza espontánea y exquisita. Su cuerpo moreno y generoso encarna una versión criolla y posmoderna del encanto de este mito antiguo, reclamando así la belleza inmortal en el más insospechado de los escenarios.

En esta obra, el artista utiliza un particular recurso técnico que nos obliga a descartar un registro perfectamente realista de la escena representada. La espuma de las olas invade el cuerpo de los personajes, como un corto circuito visual del orden natural de los planos. Es un gesto expresivo que enriquece la percepción de movimiento del agua y de los personajes. La perspectiva que compromete nuestra mirada obligaría la existencia de un horizonte visible, pero el mar llena el fondo, como un insólito telón que empuja a los personajes hacia el borde de la tela.

Para estos personajes, que reconocemos como propios, el artista construye un universo luminoso y vibrante, un pequeño paraíso, donde lo ordinario se nos revela como bello y eterno.

Los mirones (1998)

Los mirones, hombres con cuerpos y rostros difusos, son los protagonistas de la tela epónima de 1998. Están alineados dentro de los límites de un oscuro umbral que separa el resplandor de la luz de día de la luz amarilla en el interior de un recinto. En el centro de la pieza, tendidas sobre un camastro, dos prostitutas casi desnudas y calzadas con zapatos de baile se ofrecen en espectáculo a los mirones. Recostadas sobre el vientre, las mujeres fuman y mueven las piernas, presentando sus cuerpos para el deleite de potenciales clientes. Las colillas se amontonan sobre el suelo sucio como un registro del tiempo en el que transcurre la escena. La escena representa una peculiar práctica mercadotécnica de un burdel josefino, ubicado en el barrio del Mercado Borbón. Por esta exhibición, los clientes pueden anticipar la selección de una prostituta para contratar en el día de pago.

Basta una segunda mirada a la pintura para identificar detalles interesantes: el camastro está cubierto de manchas de color que nada tienen de natural, y que asemejan más a la paleta de un pintor que a un colchón o a un textil; en la esquina derecha hay una misteriosa puerta cerrada, cuya pintura roja parece estar disolviéndose bajo los ojos del espectador, víctima de un curioso diluyente que la desprende en chorretes sobre la superficie. Pero después de esto, parece evidente que el extraño diluyente disuelve también la pintura de las paredes adyacentes a la puerta, y que los chorretes carmesíes anuncian la desaparición del recinto completo junto con sus personajes.

Estos dispositivos nos confrontan a un juego entre la realidad representada y el artificio propio de la pintura. En la lógica que nos propone Stanley, los mirones y las prostitutas se transforman en el objeto de nuestra mirada. El espectador ha entrado en la obra como voyeur, acampando detrás del camastro; y la obra, a su vez, se desvanece ante sus ojos. La imagen funciona como el extraordinario espejo de quien la mira, y a la vez de una escena de la que se es parte y que se desfigura mientras sucede. Las implicaciones simbólicas de este dispositivo no pueden sino fascinarnos, tanto o más que el curioso trámite de los mirones.

El bar (1988)

La pintura nos muestra siete personajes en el interior de un oscuro bar josefino. En el fondo de la pieza, un hombre se encuentra de espaldas, y ha girado la cabeza hacia la puerta que está en el último plano. A la izquierda, una mujer con un vestido rojo y una flor el pelo espera algo mientras bebe un trago apoyada en un mueble. Más cerca del espectador y de espaldas a este, una mujer con una blusa de rayas negras y amarillas fuma sentada en un taburete. Su invisible brazo derecho contribuye a la extrañeza de su figura. Junto a ella, dos hombres, con trajes de igual tono, beben apoyados en la barra del bar. El primero, de pie, está vuelto hacia espectador con el rostro difuso en manchas coloridas. El segundo hombre está de espaldas, sentado y con un brazo apoyado en la barra. El gris azulado de los trajes y el bermellón de las sillas sugieren la ubicuidad de una misma figura. Entre las piernas de ambos, la insólita presencia de una niña vestida de blanco constituye el centro físico y narrativo de la obra.

A dextra de los hombres de traje, tras la barra, surge entre la penumbra la silueta fantasmagórica de un tercer hombre (¿un cantinero?¿otro cliente?). A su naturaleza espectral hace eco el anuncio de neón con la silueta de una botella. Una puerta en la pared derecha se abre a una oscuridad profunda y adornada con destellos luminosos de varios colores.

La narrativa de esta obra sugiere, en un primer registro, el testimonio de una situación de prostitución infantil. La perspectiva imposible de un espacio que se encoge hacia la puerta refuerza la idea de encierro, asimilando el recinto a un sórdido callejón. La impasibilidad de los otros personajes ante la presencia de la niña en este lugar es un comentario sobre indiferencia social a las transacciones que suceden al margen, en los espacios oscuros y mustios de la noche.

La realidad sublime

En su crítica del Salón de París de 1845, Baudelaire escribe: “Al viento que soplará mañana nadie tiende el oído; y sin embargo, el heroísmo de la vida moderna nos rodea y nos apura. Será el pintor, el verdadero pintor, quien sabrá arrancar a la vida actual su lado épico, y hacernos ver y comprender, con el color o el dibujo, cuanto somos grandes y poéticos…” .

Las obras de Stanley muestran sin menoscabo todo aquello susceptible de ser ocultado en nombre de la decencia y del buen gusto. El artista nos revela como inédito el país que conocemos como propio, y recupera, para quienes miran su obra con atención, el misterio y el encanto de lo ordinario.

Exposición en La Sabana

A partir de este 26 de setiembre en el parque metropolitano La Sabana, el Museo de Arte Costarricense presentará Álter ego, muestra de 51 pinturas hechas por Rodolfo Stanley en diferentes épocas. Esta selección, que cuenta con la curaduría de María José Chavarría, incluye obras de La noche y Los comegüevos, así como otras series del artista. La inauguración será el jueves 26, a las 7 p. m. La exposición estará abierta en el horario regular del museo: de martes a domingo, de 9 a. m. a 4 p. m.